05 marzo 2015

Tierra de aguas

El inmenso árbol guardando la entrada al cementerio viejo, lápidas acostadas, durmiendo al sol que todo lo purifica. El puente se extiende, los rayos se multiplican y cada uno se dirige a su lugar. La capilla blanca, tranquila, callada, testigo de algo que fue y ya no importa.

A la izquierda las casas cayendo hacia el valle como cascadas de diferentes colores, serias, pobres, avanzando hacia el fondo de tierra, rodeadas de exuberantes plantas que viven por si mismas, que nunca fueron plantadas. Hojas grandes, verdes, tímidas, flores violeta o rojas, grandes semillas dispuestas a abrirse e integrarse con la tierra para ser de nuevo, cada vez más fuertes, más sanas.

Tierra de aguas la llamaron los que vivieron antes y dejaron aquí sus huellas, perdidas cada vez que llueve, halladas cuando el sol todo lo seca.

Las doce en punto de la mañana ángelus. Pasa una muchacha de mirada triste con su hijo en brazos, su vida no es fácil pero hay que seguir, mantener la esperanza, su niño tendrá una vida mejor y, lo más importante, ese lazo que ella siente mientras protege su sueño, permanecerá intacto pase lo que pase. Ahora mismo tiene fuerza para los dos. Va sorteando los charcos, las piedras y ni siquiera siente el hedor del basurero donde los perros enflaquecidos buscan su alimento con audacia y miedo.

Dos drogadictos conversan a grandes voces sentados en el bordillo de la acera, comparten cigarro:

-Hermano, es lo que hay, pero mira, acabo de comprar este pan y estamos aquí disfrutando del sol y riendo.

Espero que llegue y sonrío: no ha sido capaz de contagiarme su miedo ni su profundo sentimiento de soledad.

Hace aire y pido que limpie y se lleve mis pensamientos. El azul intenso, las nubes de algodón que me enseñaron a leer mis padres:

-Esa parece la cabeza de un caballo, aquella un perro y ese pez parece que va a tragarse algo...

Recupero mi sueño de esta noche entre el ladrido de los perros, las voces, los dolores varios de mi cuerpo: “Cada cuarenta y cinco minutos debe usted levantarse, darse una vuelta y, si quiere, volver a sentarse”.

Se oyen los niños charlando en la calle, acaban de salir del colegio con sus uniformes: pantalón o falda mostaza, camisa blanca y los pañuelos al cuello que indican en qué grado están.

La vida transcurre detrás de la puerta cerrada, abro las ventanas pero la fuerza del aire las cierra con violencia.

Las doce y quince hora de conectar con las Esferas Superiores, hacer preguntas que ahora mismo me parecen muy importantes y que dentro de algunas semanas ya se habrán cumplido, o no, pero habrán dejado de tener importancia. Mantengo firmes algunas esperanzas durante años: se cumplirán y las alimento con imágenes, sonrisas, sentimientos ¡lo lograré, estoy a punto de lograrlo!


Todavía me enrabian algunas cosas ¿cómo se elimina la rabia?. La idea única de divertirse bailando en una discoteca, bebiendo ron y perdiendo la conciencia del momento, la huida del presente, el olvido de quienes somos.

Los huesos al sol totalmente limpios en contraste con los sentimientos ocultos, avergonzados y el miedo a que se suelte la lengua y digamos más de lo que queremos o sería conveniente. A media luz, gris y otra vez el miedo.

Con mi espada de luz azul corto cualquier pequeño lazo que aún me mantenga atada a algo que no quiero, a algo que detesto, a algo dónde pueda la nostalgia de cosas que pasaron hace mucho tiempo y ya no me sirven más.

Soy libre y aunque el aire las cierre de nuevo, abro las ventanas de par en par y dejo que el sol entre e ilumine hasta el más oscuro rincón, porque lo merezco.

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