24 febrero 2014

El collar

Yo no era más que un mendigo que caminaba hacia la ciudad, la más bella del mundo, me habían dicho. Aunque los demás me veían como un pobre hombre que no tenía nada y que pedía limosna cada día para poder comer, atesoraba todas aquellas cosas que había ido viendo y oyendo en mi solitario peregrinaje que había ocupado casi toda mi vida. Pensaba que eran piedras preciosas que iba engarzando en un imaginario collar que tal vez un día pudiera regalar a alguien que fuera capaz de entenderlo, o sólo de lucirlo, de forma que los demás se sintieran tan atraídos por él que se sentaran a escuchar lo que aquella joya quería decirles a través de la palabra de su portador.

Dejé a un lado mis pensamientos porque mi estómago rugía con tal fuerza por la falta de alimento que debía oírse a una buena distancia, metí la mano en la raída bolsa que siempre me acompañaba y allí encontré un buen mendrugo todavía comestible, un par de algarrobas y unos dátiles ¡todo un festín! -pensé- mientras me apartaba del camino en busca de la pequeña sombra de un olivo viejo y retorcido. Hacía bien poco había llenado la bota con agua fresca de una fuente amiga, todas lo son pues nos regalan la vida, por tanto todo estaba dispuesto. Comí lentamente, masticando despacio, apenas me quedaban dientes y así además parecía alargarse el alimento y llenar más aquel enorme agujero que sentía en mi interior.

De nuevo eché la mano a la bolsa pero esta vez para acariciar con los dedos mi tesoro: por cada frase acertada, gesto amable, franca risa o pensamiento ideal, había ido guardando una minúscula piedra, éstas eran las que formaban el preciado collar que en mis sueños aparecían como esmeraldas, perlas, rubíes o topacios, engarzadas en oro fino y con un brillo tan singular que llamaba primero a contemplarlo y luego a acariciarlo sin mas.

Estaba en buen lugar para echar un sueño que sirviera para descansar mis huesos antes de llegar a la puerta de la ciudad que ya se veía a lo lejos, pero que para alcanzarla aún tendría que caminar un buen rato. No hay ninguna prisa, me enrosqué como pude para sentirme algo más cómodo y antes de cerrar lo ojos vi como los rayos del sol se filtraban entre las hojas plateadas del olivo.

Al despertarme me di cuenta que había dormido mas de lo que quisiera, tendría que caminar lo más deprisa que pudieran mis piernas o cerrarían la puerta. Me puse en pie, los primeros pasos fueron difíciles, pero enseguida pude coger un buen ritmo. Sí, llegaría a tiempo.

Era un día normal de principios del invierno y muchos como yo acudían al abrigo de los fuertes muros de piedra, allí nunca hacía demasiado frío y los mercaderes entraban y salían sin cesar, llevando y trayendo, sobre camellos o caballos, innumerables mercaderías de todas partes del vasto mundo, que, según decían, era tan grande que una persona caminando no sería capaz de abarcarlo aunque dedicara a ello toda su vida.
Entré justo cuando el sol desaparecía en el horizonte, la mejor hora para buscar un buen sitio en la plaza y contar mis historias. Mi voz parecía tener algo especial que hacía que los corazones de los que me escuchaban se abrieran y dejaran a mis pies monedas y alimentos, que tal vez me permitirían estar en la ciudad hasta la primavera. Antes soñaba con quedarme para siempre en algún lugar, pero era como si los caminos me llamaran y, al pasar algunas lunas, el desasosiego me consumía y debía volver de nuevo a la única vida que había conocido: el peregrinar de pueblo en pueblo contando mis historias y llenando el zurrón, piedra a piedra, con aquel magnífico collar que ahora ya empezaba a pesar y del que cada vez tenía más claro que debería dejar, o regalar, o vender... pero ¿a quién, quién querría seguir la vida que yo llevaba?

En cuanto me senté, muchos hicieron lo mismo a mí alrededor, la mayoría chiquillos de distintas edades, pero también algunas mujeres con sus hijos en brazos y algunos hombres. Era la hora mágica de los cuentos, de las historias acontecidas en lugares muy remotos, tan lejanos que parecía imposible que se pudiera llegar a ellos. Acomodé mi voz con un par de tosecillas y saludé abarcando a todos con la mirada y una sonrisa, mientras trataba de adivinar qué tipo de historia les llegaría más, les alegraría, sorprendería o sería, incluso, capaz de arrancarles una lágrima de emoción. Luego dejé que mi voz fluyera como el mar tranquilo y los fuera llevando como en una segura embarcación entre calma y sol, pero también entre peligrosas tormentas de rayos y nubes negras, para dejarlos al final sanos y salvos en una orilla conocida, haciéndoles suspirar con alivio.

Relatos de mares para quienes nunca los habían visto, oasis cercanos y tórridas arenas de los desiertos con los mercaderes recorriéndolos, anécdotas de los pilluelos de las ciudades como las que ellos veían todos los días, amores imposibles, traiciones, celos, venganzas... y así, como sin pensar, aquellas otras historias realmente sabias o bellas, repletas de nobles ideales, compasión, luchas justas, profunda alegría... entonces sí veía como las lágrimas asomaban a los ojos y en sus pechos se removía algo sencillo y fuerte, eterno, que les hacía sentir bien e ir luego a sus casas en silencio, como si realmente hubiera sucedido un milagro, mientras se dejaban bañar por la luz que derramaban las estrellas que aquella noche eran más luminosas, más grandes, o se sentían mucho más cerca.

Y cuando ya todos se fueron y recogí las monedas, llevando mucho cuidado en guardar cada uno de los benditos alimentos que, bien administrados, darían para varios días, una niña se acercó muy seria y mirándome con unos enormes ojos oscuros, me dijo:

-Maestro, ¿qué tengo que hacer para ser como tu, me enseñarás tu oficio?-

La miré despacio, vi que su mirada era profunda y limpia y toda ella transmitía inocencia, entonces sentí un pinchazo en el corazón y fue a mi a quien afluyeron las lágrimas, porque presentí que había encontrado a la destinataria del collar que había tardado tantos años en engarzar, pero era muy pronto para tener la certeza y solo le dije:

- No sé si podré enseñarte, pero seguro que todo lo que te diga sabrás comprenderlo. Ahora debes irte o te echarán de menos en tu casa, mañana a la puesta del sol estaré de nuevo en la plaza-

-Pues hasta mañana entonces, Maestro-

En un momento la niña desapareció y me dispuse a buscar algún cobijo entre los fuertes muros para pasar la noche. Sentía una gran alegría y mi último pensamiento antes de entregarme al sueño, fue cómo me apañaría para enseñarle lo máximo posible, la niña parecía muy despierta, pero aún era tan tierna ¿sabría realmente guardar y transmitir todo aquello que me había costado tantos años ir recogiendo?

Cada tarde a la puesta del sol me sentaba en la plaza, cada vez había mas gente que se acercaba, pero yo lo único que esperaba es que llegara la niña y en cuanto se acomodaba, daba comienzo a mi historia, era como si al verla me llenara de una gran paz y alegría y como si solo a ella fuera dirigida mi voz.
Así pasaron dos o tres semanas, hasta que una tarde los soldados irrumpieron y dirigiéndose a la niña, el jefe de ellos le dijo:

-Vaya, así que era cierto, aquí estabas oyendo las locuras de este pordiosero. Tu padre, el Gran Visir, está muy enfadado y ahora mismo quiere veros a los dos en palacio-

Aquello podía ser muy grave -pensé- en todos los años de mi vida nunca había tenido nada que ver con la autoridad, ni para bien ni para mal. Toda la plaza se había quedado en silencio y sin más seguí a los soldados. No se me había ocurrido pensar que aquella pequeña era alguien tan importante, ni siquiera sabía cómo se llamaba.

Entramos en un gran salón, la niña con una gran sonrisa se sentó en las rodillas de su padre y le dijo:

-Mira papá, éste es el hombre del que te hablé, el de las maravillosas historias, no irás a castigarlo por eso ¿verdad?-

El Gran Visir, muy serio, dijo:

-Ya veré luego que hago con él, en cuanto a ti te he dicho muchas veces que no debes andar sola y mucho menos engañar a tu niñera para irte a la plaza cada tarde

-Está bien, te prometo que nunca más volveré a hacerlo, pero en cuanto lo oigas te darás cuenta que merecía la pena, aunque me pongas un castigo

Entonces el Gran Visir me dijo que le demostrara aquello que su hija decía y se acomodó sobre varios cojines, para estar mucho más atento y apreciar mejor el relato. Realmente sentía mucho miedo, si mi cuento no le gustaba tal vez mandara cortarme la cabeza... pero luego pensé que era un gran honor, nunca ningún personaje importante había estado pendiente de mis palabras y rápidamente busqué en mi memoria una historia que pudiera contentarle. La niña me miraba con una gran sonrisa, como dándome ánimos y sin más, dejé, como tantas otras veces, que mi voz fluyera, llevando al Gran Visir y a su hija hacia lejanos países, donde un hombre noble, extremadamente parecido a él, incluso físicamente, trataba de gobernar a su pueblo con gran justicia, de manera que decían que, sin duda, era un enviado de los dioses, porque nunca el país había estado mejor y había prosperidad, alimento y paz para todos, y eso les hacía sentirse muy felices.
Cuando terminé, el Gran Visir, muy sonriente, aplaudió con fuerza y me dijo:

-Hay que reconocer que cuentas las cosas con gran maestría, pero tendrás que esforzarte algo más, estoy rodeado de aduladores y te reconozco como a uno de ellos-

De nada había valido mi estratagema, seguramente estaba en peor situación que al principio, entonces me senté en el suelo, igual que hacía en la plaza y, desde lo más profundo de mi corazón, empecé a contar el relato más bello de todos los contados hasta aquel momento: la historia del fantástico collar, que no era otra que mi propia historia, andando por mil caminos, recogiendo aquí y allá alegrías y penas, lágrimas y sonrisas, grandes amores, generosidad y compasión, hazañas increíbles de personas anónimas... Llegó la noche, la niña hacía rato que dormía en brazos de su padre, pero el Gran Visir seguía allí, escuchando emocionado hasta que el sol hizo resplandecer cada rincón del gran salón. Ya no tenía voz ni fuerza, así que humildemente dije:

-Espero gran Señor que os haya gustado porque mi relato acaba aquí. Ya soy viejo y estoy muy cansado

-Lo comprendo, llamaré a los criados para que te conduzcan a una habitación, duerme y descansa tranquilo y cuando estés dispuesto tendremos una larga conversación, ahora sí has hablado con la verdad y mereces una recompensa-

Se abrieron las puertas y los criados me acompañaron a la habitación más lujosa que hubiera visto en mi vida. Me tendí en la cama, no tenía fuerzas ni para pensar, así que al momento me quedé dormido.

Cuando me desperté estaba anocheciendo, los criados habían dejado en una bandeja verdaderos manjares, que si bien me tentaron, fue solo un momento.

Sólo tenía un pensamiento: debía irme de allí, aunque el Gran Visir parecía haber quedado complacido, yo no estaba muy seguro. Luego pensé en su hijita, parecía ser la adecuada para transmitirle mis conocimientos, pero seguramente ella encontraría otra persona mucho más sabia y de su misma condición. No dejaría que mis pensamientos me retrasaran y, sin más, salí deprisa y con mucho cuidado de que no me vieran los criados. Apenas me faltaban unos pasos para alcanzar la libertad cuando oí una voz a mis espaldas:

-¿Adonde quieres ir, es así como pagas la hospitalidad del Gran Visir?-

No respondí, mansamente me dejé guiar a palacio, esperaba lo peor, total nadie me echaría de menos y casi con alivio pensé que mi caminar de pueblo en pueblo había terminado.

Pero la vida a veces juega con nosotros dándonos sorpresas increíbles....

Allí estaba el Gran Visir, sentado en su trono, que con voz atronadora me dijo:

-Mi hija me ha dicho que, pese a la hospitalidad que te mostré y sin oír siquiera lo que quería ofrecerte, robaste una preciada joya que perteneció a su madre, mi amada esposa. Te ordeno que me la devuelvas-
Yo no esperaba aquello, abrí mi pobre zurrón y saqué todas las piedras.

-¿Qué significa esto, quieres burlarte de mi?-

Sentí que mi muerte estaba próxima y no sabía qué hacer o decir, pero en ese momento la hija del Visir entró y dijo:

-Perdona mi pequeña mentira padre, yo no quería que el mendigo se fuera, además prometió regalarme ese espléndido collar y enseñarme muchas cosas

--Pero hijita qué dices, ahí no hay ningún collar sino unas míseras piedras del camino

-Claro que si, fíjate bien, esa es un rubí, ésta una esmeralda, aquella una perla perfecta....

El Visir mandó que me encerraran en una habitación con vigilancia noche y día y mandó llamar a médicos, curanderos y magos que le dijeran qué estaba pasando con su pequeña ¿había perdido la razón, la había embrujado yo?.

Pasaron varias semanas, comía todo lo que me apetecía, dormía en aquella mullida cama y desde la ventana podía ver el ir y venir de la gente. Cada tarde sentía como un cosquilleo que me recordaba mi cita en la plaza con mis historias, pero nada podía hacer. No había vuelto a ver a la hija del Visir, pero me había enterado que se llamaba Alzira y en mi corazón pedía porque no le hicieran daño ni estropearan su inocencia, era un ser realmente puro.

Según iban pasando los días me iba acostumbrando a vivir en el palacio, hasta que llegó un momento en que no quise huir y como si alguien hubiera leído mis pensamientos, los centinelas que me custodiaban desaparecieron y la puerta fue abierta, de forma que podía ir libremente por todo el palacio.
El Gran Visir me mandó llamar y una vez en su presencia me dijo:

-Sabrás que mi hija pregunta por ti cada día y que todos los sabios que la han visto están de acuerdo en que su salud es perfecta. Por tanto te ofrezco el quedarte como su maestro, ya que ella dice que eso es lo que más le gustaría, ¿aceptas?-

Realmente estaba perplejo, era una oportunidad increíble, magnífica. En mi larga vida había aprendido a estudiar el rostro de las personas y saber con certeza si lo que decían era realmente lo que sentían o se trataba de una burla o tenían otras intenciones ocultas. Miré a aquel hombre y sentí que lo que me proponía era porque realmente quería mucho a su hijita y, a pesar de todo, confiaba en mí.

Después bajé los ojos y decidí arriesgarme:

-Gran Señor -dije- es un gran honor enseñar todo lo que sé a la pequeña Alzira, solo me gustaría pediros algo más-

EL Visir me interrumpió:

-Aunque no hemos hablado del precio, te aseguro que no tendrás que preocuparte por el dinero

-No, Señor, no es eso, porque sé que sois justo y generoso es por lo que me atrevo a pediros que, al menos una vez al mes, me dejéis ir a la plaza a contar mis historias a todo el que quiera oírme

-Está bien, pero había pensado que también mis nobles deberían escucharte de vez en cuando ¿que te parece?

-No sé si estaré a la altura de tan altos personajes, pero lo intentaré-

Enseguida empezamos con las clases, que tanto Alzira como yo disfrutábamos mucho, con cada una le iba entregando una piedrita y así el collar se fue deshaciendo de la misma manera que había sido formado.
Algunas veladas hablaba ante toda la corte y las visitas a la plaza se hicieron cada vez más frecuentes hasta ir, como yo quería, una vez por semana. La gente se había enterado de que gozaba del favor del Visir y vivía en palacio, pensaban que eso debía ser porque era un hombre muy sabio y cada vez había más gente escuchándome.

Llegó el momento en que ya no había mas piedras en mi bolsa y en mi interior supe que tenía que decidir. Mi misión en palacio parecía haber terminado, ¿me quedaría allí de todas formas o caminaría otra vez todos los caminos del mundo?

Mi primera intención fue irme, pero me sentía demasiado viejo para empezar de nuevo. Y, como si hubiera leído mis pensamientos, el Gran Visir me mandó llamar y me dijo:

-Estoy muy satisfecho con tus servicios, así que en la próxima luna habrá una gran recepción en la que te nombraré mi consejero y es un cargo vitalicio. Por supuesto tu sueldo será mayor, deberás seguir enseñando a mi hija y podrás seguir yendo a la plaza si eso te satisface. Que me dices ¿aceptas?

-Si, Gran Señor, acepto-


A solas en mi cuarto pensé que la Vida había decidido por mi, como tantas otras veces y di gracias desde lo más profundo de mi ser.

16 febrero 2014

Nanú

Nanú, Nanú” -llamó el Viento. Pero era de noche y la niña dormía bien arropada en su cama.

Nanú, Nanú” lo intentó de nuevo. Como no conseguía despertarla, fue en busca del hada de los sueños. Faltaba muy poco para el amanecer y el hada tenía mucha prisa, solo verlo aparecer, le dijo:

-No tengo tiempo, no tengo tiempo, aún me queda mucho trabajo y el sol está a punto de salir-

-Bien, iré a tu lado y te diré lo que quiero que hagas por mi, ni siquiera es urgente-

-Bueno, habla-

-Verás, he pensado que, como a mi no me oye, tu podrías meter en sus sueños todos estos trapitos de colores-

-Primero tendrás que decirme de quien hablas-

-Es verdad, se llama Nanú y vive allí ¿ves?, en aquella casa color azul, en el segundo piso-

-Ya sé quien dices, es una niña de cinco años, muy alegre, inquieta y le gusta mucho inventar historias-

-Si, la misma ¿lo harás entonces?-

El viento le mostró al hada muchísimos trocitos de tela de todos los colores y de muchas texturas diferentes, unidos entre si, formando una tira muy larga

-!Pero si son telas de verdad! -dijo el hada muy asombrada- ¿como pretendes que meta eso en sus sueños?

-Para eso eres un hada, supongo que tendrás una varita mágica-

-Si, la tengo, pero ya te dije que tenía prisa y lo que tu me pides puede llevar mucho tiempo-

-Está bien, si tu me ayudas a mi, yo tal vez pueda hacer algo por ti-

El hada se quedó pensando un momento:

-No se me había ocurrido, pero si soplas fuerte me empujarás y no tendré que hacer ningún esfuerzo para volar y así podré terminar antes. Pero no solo hoy, sino durante nueve días seguidos, ¿estás de acuerdo con el trato?-

-Si, si, está muy bien-

Y el Viento sopló, pero no demasiado, solo como una leve brisa y, justo cuando se asomó el sol, el hada pudo regresar a su hogar.

Fueron pasando los nueve días, el Viento, puntualmente, en cuanto aparecía la primera estrella en el cielo esperaba al hada y soplaba con la fuerza suficiente para que a ella no le costase volar y pudiera realizar su trabajo, que consistía en ir de casa en casa dejando piedritas de colores sobre los ojos cerrados de los niños para que tuvieran alegres sueños.

No habían vuelto a hablar de Nanú pero el noveno día el hada muy formal dijo:

-No creas que me he olvidado de nuestro trato, tu has cumplido muy bien y yo trataré de hacer lo mismo. Hoy terminaré antes y luego podremos ir a casa de la niña y espero que todo salga perfecto-

El Viento estaba tan entusiasmado que sopló más fuerte que los otros días y así su amiga pudo ganar algo de tiempo extra.

Al terminar el trabajo se dirigieron a casa de Nanú: el Viento sacó la enorme tira de telas y el hada su varita mágica, la hizo girar en forma de espiral y enseguida vieron como los tejidos se transformaban en algo muy parecido a la luz, la esencia de los sueños, y entraban por un punto secreto entre los ojos cerrados de la pequeña. El hada dijo:

-Creo que así queda incompleto, le enviaremos también unas tijeras de oro, un dedal de plata y esta bolsita llena de ideas para que pueda transformar todo ésto en algo práctico y, a la vez, lleno de belleza. Ella no lo sabrá hasta dentro de mucho tiempo, pero todas las cosas que haga transmitirán a las personas que las reciban algo especial: alegría, paz, bienestar, ternura..... Soñará que todo está dentro de ella, pero encontrará la clave para empezar en un baul antiguo, lleno de cosas que le hagan recordar su niñez. Aprovechará conocimientos viejos y muy profundos, combinándolos con cosas nuevas y será muy feliz dándoselo a los demás. Bien, ya está todo hecho, ¿soplarás hasta que llegue a mi hogar?-

El Viento estaba tan emocionado que casi no podía hablar

-Todo ha sido muy bonito, gracias-

-No tiene importancia, las hadas somos así-

A la mañana siguiente Nanú se despertó muy contenta y le dijo a su madre: - -Mamá, ya sé lo que seré cuando sea mayor- y le contó lo que recordaba de su sueño.

Pasaron los años y, aunque al principio, Nanú recordaba perfectamente lo que había soñado aquella noche, el tiempo fue borrando poco a poco todas las imágenes, hasta que ya no se acordó de nada.

Pero un día fué a casa de su madre, encontró un viejo baul y sintió curiosidad por ver qué había dentro: fotos antiguas, dibujos, libretas, algunos juguetes..... y una tela que parecía envolver algo. Pues sí, había unas tijeras pequeñas, doradas, un dedal de plata, unos cuantos trapitos de colores unidos unos a otros y una bolsita que contenía algunos botones, cintas de colores, cuentas de vidrio y un trozo de papel en el que alguien había escrito:” Lo que seré de mayor”.

Fue con todo aquello a su madre para enterarse de qué significaba :

-Una noche, cuando tendrías 5 o 6 años, tuviste un sueño que te dejó muy impresionada y durante un tiempo decías a todo el mundo que ya sabías lo que querías ser de mayor-

-¿Y que es lo que quería hacer, ser costurera?-

-No, querida, Sanadora de Sueños. Cada telita sería como un remiendo que pondrías en el alma de alguien, ayudándola así a sanarse, porque la Vida nos produce heridas que ni sabemos que tenemos y algunas personas son capaces de llegar muy profundo para poder ayudarlas.-

-¿Estás segura?, porque me apetece muchísimo hacer algunas cosas con todo ésto-

-Aquí, ahora, puedes hacer todo lo que te apetezca, pero, al mismo tiempo, las herramientas mágicas te indican un claro camino. Decías que aquella noche sentiste como te las entregaba un hada, pero ya ves que han pasado muchos años hasta que las encontraste-

-Puede que tengas razón, lo pensaré.-

Anochecía, el hada del sueño pronto empezaría su trabajo de todas las noches y el Viento sonreía y soplaba tranquilo, como una suave brisa; el hada y él se habían hecho muy amigos y los dos se sentían muy bien, porque al cabo de los años, por fin, Nanú había encontrado el mensaje.

01 febrero 2014

Segundo amanecer

Otra vez estaba viendo por la ventana, pero hoy parecía más grave: las siete y cinco, y diez, y quince…. De pronto un fuerte resplandor, un fogonazo, apenas unos segundos y de nuevo oscuridad ¡qué extraño!.

Tímidamente un poco de luz blanca y el Caminante del Cielo pasó tan deprisa que apenas pudo verlo: la estampa misma de la preocupación. Iba muy rápido, con el ceño fruncido y rodeado de unos seres envueltos en pequeños tubos de luz. Con su bastón de oro en alto los iba guiando, pero apenas podían seguirlo:

-Deprisa, deprisa, ¿no os dais cuenta de que vamos con retraso? Es solo un pequeño favor que os pido hasta que averigüe qué está pasando.

Los pequeños tubos protestaron pero siguieron caminando lo más deprisa que podían, mientras tropezaban entre ellos y alguno decía:

-¡Que estrés tan temprano y todo seguro que solo es porque el Sol quiere dormir un rato más!.

Llegaron a una nube blanca muy grande y el Caminante dijo:

-Esperad aquí, no tardaré

Entró muy decidido y a grandes voces dijo:

-Deberías avergonzarte, ¿otra vez te has quedado dormido?

Descorrió la cortina, pero allí no había nadie. Se fijó en una papelito, lo recogió y leyó:

-Si queréis que el Sol vuelva sano y salvo, estad atentos, nos comunicaremos para deciros dónde deberéis depositar el rescate.

-Esto es el colmo ¡cómo se atreven!. Insensatos. Esta vez se han pasado de la raya. No se dan cuenta de las tremendas consecuencias que esto puede suponer.

Salió mucho más enojado de lo que había entrado y se dirigió a los pequeños tubos de luz:

-Desde siempre habéis sido buenos mensajeros y ahora es el momento de que ejerzáis vuestra función lo mejor posible. Iréis en pequeños grupos hacia las ocho direcciones y preguntaréis si alguien ha visto algo extraño, Hay que averiguar lo antes posible dónde lo tienen

-¿A quién?

El Caminante bajó la cabeza y dijo en voz apenas audible:

-Han secuestrado al Sol

Durante un momento el silencio se volvió insoportable, hasta que uno de los tubos se atrevió a decir:

-Pero eso es imposible. Es demasiado grande. Además, esa, precisamente ¿No es vuestra responsabilidad?

-¿Qué quieres decir?. Mi misión consiste en despertarlo cada mañana y, como mucho, darle un pequeño toque con mi bastón de oro si se ha quedado dormido. Pero no soy su guardián. Cada vez que lo pienso me parece más terrible que se hayan atrevido a algo tan grave. Probablemente se trate de un grupo.

-Está bien. Intentaremos traeros alguna noticia lo antes posible

-Bien, bien, os lo agradezco. Yo por mi parte haré lo mismo

Todos se fueron en distintas direcciones, mientras el Caminante pensaba: “Tendré que visitar a las máximas Jerarquías, no me hace ninguna gracia, siempre hacen muchas preguntas, pero no hay más remedio”

Y, a pesar de su longeva edad, empuñó con fuerza su bastón y salió disparado hacia arriba

Las puertas celestiales se abrieron y, desde dentro, una voz grave y solemne dijo:

-Adelante, adelante, ¿has averiguado algo?

Ante una gran mesa, Tres Venerables Ancianos, esperaban al Caminante, que, algo sorprendido, contestó:

-Ah, ¿ya os habéis enterado de lo que sucede?. Pues no, no sé nada más, esperaba que fuerais vosotros los que me dierais alguna pista

-En realidad, lo veníamos intuyendo desde hace mucho, pero nunca creímos que se atrevieran a tanto. Es probable que se trate de la banda armada Contra la Luz, fundada hace aproximadamente veinte mil años y que, desde entonces, ha sido como una plaga de avispas, siempre incordiando aquí y allá, pero sin más repercusiones que actos bien localizados, pero esto tendría serias consecuencias a nivel planetario e incluso galáctico.

Por favor –dijo uno de los Ancianos dando por terminada la entrevista- al salir avisa a la Guardia Celestial que estén preparados y alerta. Luego dirígete al Centro de Información y únete a los que están rastreando para encontrar cualquier pista. No te preocupes: nadie, nunca, jamás, ha vencido a las Fuerzas de la Luz.
¡Qué ironía –pensó el Caminante mientras salía- Sí, eso de la Luz estaba muy bien allí, pero en el planeta, alguien los había dejado a oscuras.

Uno de los generales de la Guardia Celestial le dijo lo de siempre, que era casi un insulto dudar de su preparación: ellos siempre estaban a punto para cualquier acción que se requiriera, ¡faltaba más! Que supiera que estaba hablando, nada más y nada menos, con el primer General de Arqueros Estelares. De todas formas, dijo suavizando el tono, daría aviso a todas las demás fuerzas y en cuanto recibieran la orden pasarían a la acción.

En fin, sin comentarios, y se dirigió al Centro de Información que estaba en plena ebullición.

Allí estaban más que avanzados en eso de las tecnologías de vanguardia, o sea ordenadores y aparatos de lo más sofisticado, montones de seres ocupadísimos Eso sí, no tenían ni la más remota idea de dónde empezar a buscar, ni a quien ¡que desastre!

Volvió al punto de encuentro, algunos tubos de luz ya habían llegado y tampoco habían tenido suerte. Nadie sabía nada. Pero aún faltaban los que habían ido rumbo Sur que enseguida llegaron muy contentos:

-La tenemos. Tenemos la solución. Es muy sencilla y hasta divertida.

-Contad, contad –dijo más que impaciente el Caminante

-Pues veréis. Resulta que hace unos seis o siete años nació un niño que parece ser que tiene muchos dones. 

Uno de ellos es que puede conseguir todo lo que desea casi en el mismo instante en que lo piensa. Desde que era un bebé, su madre, lo ponía todos los días a que tomara el sol y al niño parecía gustarle mucho, porque sonreía y producía muchos sonidos como si estuviera hablando con él. Según fue creciendo empezó a decir que algún día conseguiría irse al sol para estar mucho más cerca

-Eso es imposible –le decía su madre- el sol está muy, muy lejos y además si te acercaras mucho te quemarías, mejor quédate aquí y juega con tus amigos

Y así pasó algún tiempo. Al niño empezaron a gustarle mucho los juegos de pelota: futbol, baloncesto, balonmano y pasaba muchas horas, solo o con sus amigos, practicando. Pero aquel deseo, en lugar de desaparecer, se hizo mayor.

Sin que nadie lo supiera empezó a practicar. Por las noches, cuando estaba despejado y se podían ver muchas estrellas, él las miraba y deseaba que una de ellas viniera a dónde él estaba. Y, con gran sorpresa por su parte, así fue: la estrella (una pequeña, muy blanca) vino a toda velocidad, dejando un gran rastro, se acercó tanto que incluso pudo tocarla, pero lo más importante fue el calorcito que sintió en su corazón. Le dio las gracias y la estrella se fue de nuevo a su lugar. Entonces pensó que si podía hacerlo con una estrella también podría hacer lo mismo con el sol.

Practicó y practicó, cada noche con una estrella cada vez más grande y siempre funcionaba. Ya estaba preparado, en cualquier amanecer lo intentaría con el sol.

Pero comprobó que no era tan fácil. Primero porque el sol era mucho más grande y segundo porque, al contrario que las estrellas, no estaba dispuesto a dejarse manejar por un niño, un simple humano, él era el Señor de aquel pequeño planeta ¡que se había creído ese pequeño ser!.

El deseo del corazón del niño era muy fuerte y, sobre todo muy puro e inocente. Pensó que si lo reducía al tamaño de una pelota de futbol sería más fácil. Dicho y hecho. Primero lo redujo y luego lo atrajo hacia sí, lo abrazó, le dijo que ese momento lo había esperado desde que era muy pequeño y que le estaba muy agradecido por haber consentido en llegar hasta él.

En realidad el Sol estaba más que confuso, todo había sucedido muy rápido y no estaba muy de acuerdo con lo que estaba pasando, pero, eso sí, le estaba gustando ese primer contacto y se dejó.

Las Fuerzas de la Oscuridad hacía mucho que vigilaban al niño porque pensaban, con razón, que podía ser un gran enemigo, ya que, aunque los demás no lo veían, estaba como envuelto en una gran y potente luz blanca que, tanto de día como de noche, siempre estaba con él.

Así que, en el momento en que el niño redujo al Sol al tamaño de una pequeña esfera, no tuvieron más que apresarlos a los dos, llevarlos a un edificio abandonado y pedir un buen rescate. Les darían una fortuna, seguro. Cuando lo supieran sus superiores los ascenderían y reconocerían sus méritos. Esta vez era algo muy diferente, grande y que podía fastidiar a todo el planeta, a los humanos y, de paso, a los Seres Celestiales, que ni siquiera se lo esperaban. ¡Era genial!

En cuanto se vio atado, amordazado y en aquel lugar tan siniestro, rodeado de seres oscuros y con tan malas intenciones, el niño empezó a darse cuenta de qué tal vez no había sido buena idea reducir de tamaño al Sol y hacerlo venir hasta él. En lo único que había pensado era en cumplir aquel deseo tan fuerte.
El Sol escuchó todos sus pensamientos y le dijo:

-No te preocupes, enseguida todo se pondrá en su lugar. Ya sé lo que haremos para que te sientas siempre unido a mí: dejaré una pequeña llamita en tu corazón, me quedaré contigo para siempre, sentirás mi calor y ese amor que me has demostrado también estará ahí pero mucho más grande. Ahora te cubriré con mucha luz, tanta, que nadie podrá verte ni dañarte. Por unos días así será, luego volverás a tu casa y seguirás tu vida. Ahora desea con todas tus fuerzas que vuelva a mi tamaño real e iré al lugar que me corresponde en el firmamento.

Así fue: una pequeña llama entró en el corazón del niño y él comprendió que siempre sentiría ese agradable calor, le dio un último abrazo al Sol y vio cómo se hacía muy grande y ascendía majestuoso ocupando su lugar, aunque con bastante retraso, todo hay que decirlo.

Por supuesto cuando el Ejército Celestial se enteró bajó a castigar a las Fuerzas de la Oscuridad y cuando éstas perdieron la batalla, se enfadaron mucho, se reagruparon y pensaron en una cruel venganza. O sea, lo acostumbrado desde hacía miles de años.

El Caminante del Cielo, volvió a su trabajo diario, unas veces solo y otras acompañado de los pequeños tubos de luz, que fueron felicitados por las Jerarquías Celestiales y, en premio por haber descubierto todo aquel asunto, fueron multiplicados y enviados a muchos lugares del planeta para ayudar a los humanos a comunicarse con la Luz.

El niño creció y aunque sabía que tenía una llamita en su corazón, con el tiempo empezó a creer que todo aquello que había vivido no había sido más que un sueño.