31 marzo 2014

Mariola

Mariola se remanga la falda y mete los pies en el río !Que delicia el agua tan fresca!. Lleva las alpargatas al hombro, atadas por los cordones, para que no se mojen, son las únicas que tiene, además de unas botas gruesas con suela de madera para el invierno y que le hacen tanto daño que no quiere ni pensarlo. En realidad ella es mucho más feliz cuando está descalza, desde niña ha corrido así por todo el pueblo y los campos de alrededor, pero su madre siempre le está diciendo: -Cálzate, si siempre vas descalza, se te deformarán los pies y se harán enormes, parecerás un hombre ¿eso quieres?

La verdad es que no tiene muy claro qué importancia puede tener que sus pies sean grandes o pequeños, ella no necesita zapatos, vive muy bien sin ellos, aparte de que, en todo lo que recuerda, nunca ha tenido alguno que no le molestara en algún sitio, produciéndole ampollas o rozaduras. Lo más cómodo son la alpargatas, sobre todo cuando ya están muy viejas, como las que lleva ahora mismo colgadas del hombro.

De pronto piensa que debe ser tardísimo, sale corriendo del agua y sigue corriendo sobre la hierba, justo antes de entrar en casa se calza, para no tener que soportar la regañina de su madre.

Pronto será la hora de la cena, pone la mesa, sus hermanos van llegando: cuatro hombres grandes como castillos que hoy llegan de buen humor y la cogen de la cintura y la levantan por el aire, porque ella es muy menuda: 

-Que tal hermanita?, Van a ser las fiestas y ya eres una moza. Si, vendrás con nosotros al baile. ¿Que te parece madre

-“A mi muy bien. Aunque era una sorpresa te lo diré Mariola: te estoy cosiendo un vestido con el que estarás preciosa, pero, como siempre, no tienes zapatos que calzarte 

-Bueno, podría ponerse unos tuyos 

-Imposible, ella tiene, por los menos, dos tallas más 

-Vamos chicos, ya hablaremos, todos a la mesa, que ya ha llegado padre.

Mariola piensa, ya en su cama, en el hijo del zapatero, Félix. De niños compartían pupitre en la escuela y corrían y jugaban juntos, pero habían crecido y ahora apenas se saludaban cuando se cruzaban por la calle. Una vez le dijo, mirándola a los ojos, que cuando fuera mayor, le haría unos zapatos muy bonitos y sobre todo, tan suaves y cómodos como un guante. Pero hacía mucho de aquello, ahora ya eran grandes.

Al día siguiente, su madre le probó el vestido, que de verdad era precioso: azul fuerte, ceñido en el talle y con gran vuelo que llegaba a los talones, además de un fino cuello de encaje. 

-Iría bien -dijo la madre- con unas medias finas y unos zapatos de charol negro con un gran lazo, pero no tengo idea de dónde podemos sacarlos, aunque, como solo es por una noche, podríamos pedirlos prestados. Sí, ya sé, se me acaba de ocurrir, además creo que incluso tiene los pies un poco más grandes que los tuyos, con lo que no te molestarán en absoluto.

A Mariola no le hacía ninguna gracia la idea, pero era mejor no decir nada y asintió con la cabeza y una tímida sonrisa.

Llegó el gran día, sobre la cama el vestido recién planchado, al lado unas medias finas, las primeras que iba a estrenar en su vida y en el suelo un par de brillantes zapatos negros, con una gran lazada del mismo color en el empeine. Se puso las medias y se probó los zapatos: demasiado grandes. En eso entró su madre y dijo: 

-Perfectos, te quedan perfectos, solo tendrás que poner un poco de algodón en la punta.

Después de la cena, la fiesta parecía ser en la propia casa, sus hermanos se arreglaban con grandes bromas y risas, diciendo también a qué mozas pensaban sacar a bailar y, por supuesto, a su hermanita para que se fuera acostumbrando. A Mariola su madre la ayudó con el vestido, la peinó y le puso un gran lazo blanco que destacaba mucho en su pelo negro. Con el truco del algodón los zapatos parecían de su tamaño y, por ahora, no le molestaban en ningún sitio: 

-No te separes de tus hermanos, después iremos tu padre y yo y vendrás de regreso con nosotros. No es porque seas mi hija -dijo mirándola con orgullo- pero serás la más bonita del pueblo.

Cuando llegaron ya había empezado el baile, mozos y mozas bailaban y algunos matrimonios vigilaban que todo fuera correcto. Al lado de la banda de música se ponían los chicos, que miraban justo enfrente, tratando de adivinar si las muchachas aceptarían bailar con ellos y ellas reían y se ruborizaban, pero, naturalmente, tenían sus preferencias y les destinaban pícaras miradas que les dieran ánimos para acercarse.

Las mozas con hermanos mayores tenían el privilegio de bailar con ellos, aunque solo a ratos, porque ellos también tenían ya echado el ojo a las que consideraban más bonitas.

Así que Mariola empezó bailando con sus hermanos y al principio todo fue bien, pero sus zapatos, al quedarle un poco flojos y a pesar del algodón de la punta, empezaron a rozarle los talones, hasta que el dolor de las ampollas se hizo muy fuerte y la chica salió corriendo y fue a sentarse al pie de un roble. No le importaba manchar el vestido, solo quería descalzarse. Se quitó los dichosos zapatos, las medias y miró sus doloridos talones: tardarían varios días en quedar como antes, no es que le dolieran tanto como para eso, pero empezó a llorar. No se dio cuenta de que alguien se había acercado a ella y acariciaba con gran suavidad uno de sus pies. Era Félix que con mucha ternura le dijo: 

-Siento mucho que te hayan hecho ampollas

Ella no sabía qué hacer, pero dijo: 

-Es que los zapatos me quedan un poco grandes 

-Recuerdo -continuó el chico- que cuando éramos pequeños, te gustaba mucho ir descalza y durante muchos años te vi feliz corriendo por prados y montes 

-Pues si te acuerdas de eso, también recordarás que me dijiste que cuando fueras mayor me harías unos zapatos 

-Vaya, pues eso sí que no lo recordaba ¿cómo te gustaría que fueran

-Me da igual con tal de que no me hagan daño 

-Está bien, serán tan suaves y cómodos que creerás que no los llevas puestos 

-Pero deben ser muy caros y yo no tengo dinero 

-Bien, haremos un trato: si te aprietan o no te gustan, me los devuelves y en paz, pero si son como yo te digo, solo bailarás conmigo en las fiestas, ¿Hay trato?

Mariola se lo pensó un momento y luego le tendió su mano 

-Hay trato

Félix la acompañó a la fiesta porque ya sus padres la estaban buscando y se fue a su casa deprisa, antes de olvidar las medidas exactas de aquel pie que hacía un momento había tenido en sus manos.

Durante los siguientes días, el muchacho estuvo muy atareado: sin duda la piel más suave era la de cabritillo, luego teñirla y cortarla, dejándola lista para unir a la suela, forrada por dentro y acolchada en los puntos precisos y además les pondría un pequeño tacón. Tendrían la punta ancha, redondeada y el zapato se ataría con cordones.`para así ceñirse mejor al pie. Por el número no había ningún problema, tenía una habilidad especial en saber la medida exacta de cada pie y más, como en ese caso, habiéndolo tenido en sus manos. Mariola tenía los pies algo grandes para una muchacha, ya que no era muy alta, un siete y medio tal vez, no, seguro.

Desde pequeño que veía diariamente a su padre, le gustaba aquel oficio, ahora trabajaba con 

él y hacía zapatos y botas por encargo, a medida y, hasta ahora, nunca había tenido ni una sola queja, al contrario, había personas que después de probar sus zapatos, venían a encargar los de toda su familia. Siempre seguía el mismo procedimiento: se fijaba como caminaba el hombre o la mujer durante un momento, luego les pedía que se descalzaran y le dijeran si tenían algún problema, si sus zapatos les molestaban en algún sitio concreto, si sentían el pie oprimido o al contrario, demasiado flojo .Estudiaba también los zapatos que el cliente acababa de quitarse y luego, ya al final, cogía uno de los pies en sus manos, se fijaba en los dedos, el empeine, el talón... cuando ya tenía todo bien estudiado, mientras la persona se calzaba de nuevo, tomaba un montón de apuntes y hacía varios dibujos, para no perder ni el más mínimo detalle. Escogía la hechura, el color y cuando los entregaba estaba seguro que serían lo más cómodo que jamás hubieran usado.

Pero esta vez estaba un poco nervioso porque Mariola le importaba mucho, desde que eran pequeños, pero luego crecieron y nunca se atrevió a decirle que le gustaban no solo sus pies descalzos (lo que más bien debería ser una ofensa para un excelente zapatero como él) sino todo lo demás que la acompañaba: su risa, su inocencia y como se tapaba los ojos poniendo la mano extendida de visera cuando el sol era muy fuerte y aunque ella parecía no verlo, él también se iba a remojar al rio y a pescar y la veía de lejos con las alpargatas al hombro... Sí, haría los mejores zapatos para ella y bailarían en todas las fiestas y después le haría también unas botas para el invierno y unos botines muy finos, color granate, con una hilera de botones forrados.....

Durante una semana estuvo tan absorto en su trabajo que apenas si salió del taller, su padre con tono burlón le dijo: 

-Vaya, por el afán que pones, debe ser un cliente importante, seguro que cobrarás un buen dinero -Pues en algo aciertas, padre, es el cliente más importante de mi vida, pero no me pagarán por ellos, son un regalo prometido hace mucho tiempo 

-Ya me he fijado que alguien especial tiene que ser porque apenas comes ni duermes. 

-Eso ya da igual porque esta misma tarde iré a entregarlos

Cuando el sol se puso, Félix se aseó, se puso su mejor ropa y envolvió los zapatos en un papel suave, metiéndolos después en una caja y allá fue, con ellos bajo el brazo y el corazón feliz pero acelerado. Pensó primero en ir hasta casa de Mariola, pero luego supuso que ella estaría volviendo de su paseo por el rio y efectivamente, la vio sentada a los pies de un árbol calzándose las alpargatas.

-Espera -dijo él- no te las pongas, pruébate estos zapatos que te traigo

Ella alzó la cabeza muy sorprendida, luego abrió la caja, retiró el suave papel y dijo, con una gran sonrisa 

-!Son preciosos y que suaves! Vamos a ver si además son cómodos y de mi tamaño

Metió los pies, los ajustó bien, ató lo cordones y se puso en pie, primero dio pequeños pasitos, luego pasos más largos, incluso saltó y corrió un poco, luego con una cara de plena satisfacción dijo: 

-Son perfectos, no me molestan en ningún sitio y puedo hacer todo lo que hago cuando estoy descalza. Muchas gracias

-¿De verdad no te molestan, ni te aprietan, ni te rozan en ningún sitio?

-Si, si, de verdad, estoy comodísima, nunca creí que llegara a decir tal cosa de unos zapatos 

-Bueno -dijo Félix bastante azorado- ahora tendrás que cumplir con tu parte del trato 

-Es justo, solo que hasta San Cosme no habrá otra fiesta y para eso falta casi un año

El chico no había pensado en eso y se sentía tan triste que a punto estuvo de llorar, pero Mariola, soltando una gran carcajada dijo: 

-Yo creo que hay otra solución, porque bailar, bailar, también podemos bailar aquí mismo y así los estreno de verdad

Sonó una música imaginaria que ellos oían perfectamente y, a pesar de los giros lentos o rápidos, algún que otro tropezón y un pequeño pisotón, los zapatos resistieron, siguiendo igual de suaves y cómodos.

Antes de S. Cosme, Félix hizo los zapatos de novia para Mariola con la que se casó y luego le hizo las botas para el invierno y aquellos botines finísimos de tacón alto y una hilera de botones forrados y hasta se atrevió con unas sandalias muy fresquitas para pasear junto al rio, aunque sabía que, de cuando en cuando, ella dejaba sus pies totalmente libres y, de todas formas, a él le encantaba acariciarlos.

16 marzo 2014

Alas


Sentada en la rama de un árbol, está una niñita. Mira hacia abajo muy seria, parece triste.

Se acerca un pájaro que da vueltas a su alrededor llamando su atención. La niña lo mira, sonríe y le dice:

-Yo también tengo alitas

-¿Y por qué no vuelas?”

-No sé, me siento un poco sola

El pajarito al ver que ella no se anima, se aleja.

Luego se acerca un hada y, con un golpe de su varita mágica, la envuelve en polvo dorado. La niña, está casi a punto de echar a volar, pero todavía le puede su sentimiento.

Entonces, un niño se acerca al árbol y, al verla, trepa hasta la rama donde está ella: --¿Crees – le dice- que merece la pena sentirte sola y triste, en lugar de ser feliz en el aire?”

-¿Tu volarías conmigo?

-Bueno, no todo el tiempo: a ratos volar, otros nadar, correr, jugar, reír, ¿quieres?

-Sí, sería estupendo, pero ¿estarías siempre conmigo?

-Mira, yo tengo una luz en mi corazón y tu tienes la tuya, si quieres las juntamos y así siempre estaremos unidos, pero yo podré volar solo a veces y tu también ¿que te parece?

-Podemos probar.

Las luces de sus corazones se unieron y formaron una esfera grande que los envolvió a los dos y estuvieron así un ratito, sin hablar ¡Era estupendo sentirse así!.

Luego desplegaron sus alas y volaron juntos. Se les unieron algunos pájaros y algunas hadas. Fue muy divertido, porque podían jugar con ellos y hacer muchas piruetas.

Descendieron sobre un árbol muy grande:

-Este será nuestro lugar de encuentro –dijo el niño-

-Bien, aquí te esperaré –contestó ella-

El niño se marchó y la niña plegó sus alas y buscó acomodo entre las ramas, pero ahora se sentía muy feliz, porque sabía que ella llevaba un poquito de la luz del corazón de él y parte de su propia luz acompañaría a su amigo.

Cuando ya dormía, una hada la cubrió con una mantita dorada recién tejida y dijo: “Hoy tendrás sueños sabios”

01 marzo 2014

Luna Nueva

¿Tiendo el puente, subo por la escalera, cómo lo he hecho otras veces?

Ah, sí, espero a ver un rayo, blanco y luminoso, a ser posible sobre el mar, respiro hondo y ahí voy, ascendiendo, disfrutando de la sensación de ir subiendo entre las estrellas.

Todo está en silencio, pero el silencio perfecto no existe y la sensación es de sonrisa, de alegría suave, tranquila. Sí, hay otras como yo que están haciendo el mismo trayecto y nos reconocemos aunque no nos veamos, por esa sensación de que el corazón ha crecido y somos capaces de llegar a cualquier lugar y hoy, esta noche, ahora, nuestro destino es la Luna, una Luna grande y oscura porque no la vemos, pero está muy presente y nos recibe y nos acoge como tantas veces.

Cuando llegamos otras mujeres nos están esperando: las Diosas de todas las edades precedentes, Las Mujeres Sabias de todas las civilizaciones, las Guardianas de las Tradiciones, las Madres y Esposas de los Dioses, las que llegaban a los cielos en busca de bendiciones para traerlas a la Tierra y las que eran capaces de descender a los infiernos para rescatar a los que se habían perdido en el laberinto de sus terribles pensamientos. Las que curaban con una caricia y velaban los sueños de los que estaban a punto de partir y de liberarse de sus sufrimientos.

Las que conocían todos los secretos de la Naturaleza y colaboraban con plantas y animales para un mejor vivir en armonía con todo lo creado y creadoras de vida en su interior sagrado.

Y ahora creemos que somos otras, pero somos las mismas, transmitiendo de generación en generación, antiguos conocimientos que, poco a poco, recordamos y eso es lo que nos hace bailar, cantar, formar círculos de oración y reír sin más solo por el hecho de pertenecer al mismo género y sentirnos como hermanas.


Nos unimos a la Luna Nueva, en un hermoso jardín nocturno y silencioso, plantamos las semillas de nuestras creaciones, que irán tomando forma acompañadas del ritmo, la armonía, la vibración, hasta que consigamos que todos nuestros hijos sigan nuestros pasos y vivamos en Paz, Amor y Armonía