21 abril 2015

Érase una vez un cuento

Érase una vez un cuento que aún no había sido escrito o contado.

Los personajes se deslizaban como sombras en un lugar que cambiaba constantemente: un bosque tenebroso poblado de sonidos siniestros, una maravillosa playa tendida al sol de invierno, una casa concreta y coqueta adornada de flores y plantas hermosas, un jardín minúsculo en una sopera vieja....pero todo aquello no tenía ningún sentido,. No era más que una ernorme caja con las pequeñas piezas de un puzzle.

Pero de pronto surgió un camino, un sendero real con tierra seca y dura de un color amarillento, como toda la de aquella zona. Levanté la vista, bordeandolo a uno y otro lado naranjos ya cuajados de frutos y su simple visión hizo que mi corazón se sintiera mejor, podía andar hasta donde parecía converger y se cerraba ¿qué habría después?

Me ví y sentí como la niña que era, corrí, había que averiguar qué había, deprisa, deprisa. El corazón repiqueteaba en el pecho y, como un eco, oí una campana que sonaba alegre y seguí corriendo. La pequeña capilla de piedra me llamaba. La puerta estaba cerrada y en uno de los tres escalones de la entrada una mujer mayor estaba sentada

-¿Que quieres hacer? -me dijo

-No lo sé muy bien, pero ya que he llegado hasta aquí me gustaría entrar, saber que hay ahí

-Está bien, pero para encontrar la llave primero tendrás que responderme a unas preguntas

Pensé que era muy pequeña y seguramente la señora sabía muchas más cosas que yo ¿como iba a responderle? Pero, con bastante asombro, me oí contestarle:

-Lo intentaré, pero que no sean muy difíciles-

.Vamos allá -dijo con una sonrisa alentadora- Dime tres cosas que te gustaría encontrar ahí adentro-

¡Que fácil! -pensé- tenía muy claro lo que quería

-Quiero encontrar un tesoro para ir por todo el mundo y no tener nunca que preocuparme de cuanto dinero valen las cosas. Quiero ver y abrazar de nuevo a todas las mujeres de mi vida que ya no están y quiero que me muestren el sendero cierto, el que solo es mío y quiero hacerlo con Amor y en compañía

Está bien. Concedido-

Miré fijamente la puerta pensando que se abriría y al ver que no, me giré, pero la señora mayor ya no estaba. Bastante desilusionada me senté yo también, estaba a punto de ponerme a llorar, pensaba: “No he llegado hasta aquí para ésto, tiene que pasar algo más”

Me quedé en silencio, con los ojos cerrados y escuché un momento: Nada. Pero empecé a sentirme muy a gusto, mi corazón de nuevo latía alegre y la campana volvió a sonar como para anunciarme algo. Luego, oí la voz de la señora que decía dulcemente:


Desde siempre has tenido la llave. Úsala

Un suave tintineo pendía de mi cuello: dos pequeñas llaves, una de oro y otra de plata. Me levanté de un salto, había dos cerraduras, metí arriba la de oro, debajo la de plata y la puerta se abrió. Dentro había tanta luz que era imposible ver nada. Pero sí, allí estaban y una por una me dieron el regalo que estaba reservado para mí.

Mi madre me dio un abrazo largo, apretado y me dijo:

-Te regalo la Paciencia de la que siempre has estado escasa y te deso un buen compañero que te alegre y endulce tu vida-

Mi madrina me dió Alegría profunda y me dijo:


-Acuérdate del sombrerito que te regalé cuando necesites inspiración

Mi abuela materna me abrazó muy fuerte:

-Siempre podrás alimentar a los tuyos de forma sabrosa y abundante

Mi abuela paterna:

-Nunca escondas tus sentimientos, expresa todo lo que siente tu corazón .... y de postre ¡arroz con leche!

La tía Isa me dió un cofrecito lleno de monedas de oro y joyas:

-Esto es lo que quieres, yo te lo doy, pero recuerda que a mí no me sirvió

-Te regalo mi bata color rosa -dijo Belén- Tu sabes llevarla, pero acuérdate de expresar la rabia o la ira porque ya ves adonde puede llevarnos

Mis amigas también estaban allí. Pas vino cantando un trozo de zarzuela:

-Canta, no te olvides de cantar ni un solo día. Para ti y para los demás-

-Me verás de nuevo – dijo Margot- De alguna forma nos comunicaremos-

Un rayo blanco abrió la pared de piedra y el sendero apareció de nuevo, estaba bordeado de pequeños setos en flor. Los pájaros volaban a mi alrededor y yo, como siempre, tenía ganas de echar a correr, pero la voz de la señora mayor me dijo:

-No hace falta correr para llegar a ningún sitio, porque ya estás donde tienes que estar. ¿Lo ves? Él está allí y te acompañará durante todo el camino. Sueña la felicidad, la abundancia, la paz, comparte lo que es más tuyo, tu verdadera esencia, lo que posees como un manantial inagotable y disfruta de todo lo que la Vida tiene reservado para ti.

Entonces vi a la señora:: era una joven muy hermosa y sentí que nos unía un vínculo muy especial.

-Así es -dijo al oír mis pensamientos- Sabes desde hace tiempo que estoy contigo y que siempre será así.

Nos abrazamos y luego caminé tranquila hacia mi destino.

13 abril 2015

¡Que ganas de llorar!

¡Que ganas de llorar! Aunque sea Primavera, luzca el sol, aunque mi salud sea buena, mis hijos estén bien, mis sueños vayan por buen camino...

¡Que ganas de llorar! Como si tuviera una pequeña compuerta cerrada con cien llaves para que no fluya, no desborde, no deje encharcada mi cara o vaya a destruir las pequeñas plantas que están recién sembradas.

Dicen que el llanto limpia el alma y eso es lo que necesito: limpieza a fondo, hasta lo más profundo. Deshacerme de los recuerdos que me hieren, de las nostalgias tan fuertes que siento que me romperé y nada ni nadie podrá volver a unir los pedazos, como una hermosa vidriera esparcida en mil colores.

Tal vez penas de amor, pero de amor por mí misma porque ahora me doy cuenta que no me he sabido querer en toda mi vida. Ahora estoy en un gran cambio, todos lo estamos, pero a mí, como suele pasar, me duele más el mío.

“Cada palo que aguante su vela” y parece que yo fui un gran barco y aguanté todas las velas.

No me quejo, aunque lo parezca, porque estoy segura que en esta nueva vida que ya empecé habrá personas, cosas, circunstancias muy hermosas y sabré apreciarlas porque, a pesar de todo, siempre he tenido una sonrisa y he tratado de que creciera, que se hiciera más franca, más grande, incluso hasta llegar a una risa abierta, espontánea aunque al principio fuera algo forzada.

Cierre de ciclo, despedida, todo se queda atrás y no pienso volver la vista.

¡Adelante, siempre adelante!. Despedir a los muertos con gratitud, con amor, con un “Hasta la vista” y a los que murieron aunque aún vivan, casi lo mismo: “Te deseo lo mejor, pero soy libre. Vete en paz y libertad donde tengas que ir que yo me quedo en el lugar que elija rodeada de Amor, Alegría, Abundancia”

Y aquí estoy: “Señora póngase estas gotas, son un sustituto de las lágrimas naturales”. Cuando me lo dijeron pensé que ya había llorado bastante y que ya estaba bien, había agotado el cupo. Seguramente por eso ahora sí tengo muchas ganas de llorar pero no sale ni una gota de líquido.

Acabo de darme cuenta, hoy es Domingo de Resurrección, ya todo pasó. Gracias porque, lo que fuera, estuvo en mi vida dándome lecciones tristes o maravillosos momentos, pero ya fue. Ahora me pongo en camino con la inocencia, la curiosidad y el asombro de una niña que tiene mucho por delante y ninguna mochila a la espalda porque ya no la quiere cargar.

Tal día como hoy nació mi primer hijo y ahí sí que habría que diferenciar ese otro tipo de lágrimas: de emoción, de intenso amor, de alegría... Si algún día consigo llorar espero que sea por algún motivo así.

06 abril 2015

Inspección primaveral

Por fin, después de varios días de lluvia, el sol se asomó tímidamente pero lo suficiente para que, en la aurora, las nubes fueran color rosa y el Caminante del Cielo se presentara por sorpresa. Era la primera vez que lo veía aquí, en mi tierra de origen, donde nací y en ese momento pensé que tal vez de niña también lo vi pero no lo recordaba en absoluto.

Con el pico de su manto se tapaba la garganta y buena parte de la cara, solo se le veían los ojos que me miraron tranquilos aunque yo sabía que, como siempre, llevaba mucha prisa. Pero la sorpresa todavía no había terminado, con voz amable me dijo:

-Te acabas de despertar y aún no te has dado cuenta pero hoy es el primer día de Primavera, te ofrezco venir conmigo a la Inspección ¿quieres?

La verdad no me tomé ni un segundo en pensarlo y tal como estaba, en pijama, contesté:

-Por supuesto. ¿Dará tiempo a que me vista?

-Eso nunca ha sido ningún problema. Y trazando una espiral con su bastón de oro me vi con unos ropajes muy similares a los que él llevaba. No dije nada pero debió notar algo extraño y me obsequió trazando de nuevo en el aire y esta vez si me vi con un pantalón muy cómodo, calzado deportivo, una camiseta color verde y una gruesa chaqueta con capucha, lo que agradecí porque por aquellas alturas, decían, siempre hacía más fresco.

-Bueno -dije cuando ya estábamos en pleno vuelo- ¿me explicarás qué es eso de la Inspección?

-Mejor lo ves por ti misma, enseguida llegaremos

Decidí no importunarle y guardé silencio mientras iba admirando los bellos paisajes desde arriba.

Aterrizamos en un frondoso bosque formado por castaños y robles y vimos antes de aterrizar como ya muchos gnomos se habían reunido en un claro.

Me resultó divertido que, al mismo tiempo, todos dijeran:

-Buenos días Caminante. Bienvenido. Y algunos, con gran curiosidad y en voz muy baja preguntaron: ¿Quien es la chica?

-Una curiosa como vosotros. Alguien a quien conozco hace tiempo y siempre me está preguntando sobre mis funciones y viajes, así que decidí traerla de forma que lo vea por si misma en lugar de preguntarme cada vez que me ve.

El Caminante es así -pensé- sin duda un gran Ser pero algo cortante cuando habla y da la impresión de que la mayor parte del tiempo está de mal humor.

Había olvidado que la mayoría de estos Seres leen el pensamiento, así que lo que recibí por mi comentario fue una pequeña descarga de su bastón que me produjo cosquillas y me puse a reír a carcajadas, contagiando a todos los demás y sin poder parar,

-Como veis -dijo- no debéis juzgar a los demás y las manifestaciones de cualquier sentimiento, deben ser en su momento adecuado, porque todos os habéis sentido ridículos por no poder tener el control de vuestra risa que era totalmente inapropiada. Y ahora vamos a lo nuestro.

Los gnomos le fueron explicando todos los pormenores de sus tareas: si los árboles crecían sanos y fuertes, si las nuevas plantas estaban brotando bien y en los lugares adecuados, si el pequeño riachuelo traía suficiente agua para que pudieran beber los animales y si estos estaban naciendo en el momento previsto y sin problemas.

Cuando se presentaba algún inconveniente, el Caminante iba en persona a solucionar cualquier circunstancia que pudiera surgir, dejándome que lo acompañara y explicándome lo que resultaba mejor para cada caso y, por supuesto, empleando su bastón de oro que para eso era su principal herramienta.

Ahí pude comprobar que era amable, cariñoso, servicial e impecable. Me dijo:

-Cualquier cosa que hagas, desde la más sencilla hasta la más complicada, debes hacerla poniendo toda tu atención, de forma que quede perfecta en el primer intento, porque si la haces mal y tienes que repetirla será un gasto de energía y pérdida de tiempo que podrías haber evitado de haberlo hecho bien. ¿Entiendes?

-Sí, creo que si

Al mediodía todo estaba terminado. Los gnomos se despidieron muy amablemente y me regalaron un puñado de semillas por si quería probar y ver en qué especie de planta se convertirían. Les di las gracias esperando que todas fueran flores, de todos los colores, formas y tamaños, porque siempre me han gustado mucho.

El Caminante me dijo que otro día repetiríamos la experiencia y que ahora tenía mucha prisa y no podría acompañarme de nuevo hasta mi casa.

Me quedé perpleja y pensé: “¿Y ahora cómo hago para volver?”

Y esta vez fue él quien rió muy a gusto ¡la primera vez que lo veía reír!

-¿Preparada?

-Sí – y no sé porqué cerré los ojos con fuerza

Y cuando los abrí de nuevo estaba en mi casa, con mi pijama puesto y mirando por la ventana.

Levanté mi mano en señal de saludo y pensé: “Muchas gracias, que tengas buen camino y espero de verdad volver a acompañarte” “Así será -oí-y su sonrisa flotó en el aire durante toda la mañana.

01 abril 2015

El reloj

Estábamos a punto de entrar de la mano en ese otro espacio-tiempo. Tú no estabas muy convencido pero yo sonreí y te dije:

-¿No irás ahora a tener miedo, verdad?

Y prevaleció aquella vieja creencia de que los hombres son muy valientes, no lloran y, por supuesto, nunca tienen miedo.

Nos fuimos a otro país, a otra época hacia atrás, pero seguíamos estando juntos: tú como un gran empresario, bien vestido y calzado y con una apariencia física muy similar a la de ahora, pelo negro, ojos oscuros, más o menos la misma estatura, bigote (eso sí me extrañó)... Y yo, tu secretaria. Aún se llevaban las faldas por los tobillos, las blusas muy entalladas. Mi piel blanca y unos expresivos ojos azules, pelo color ámbar. Pasaba horas escribiendo en aquellas máquinas antiguas de pulsación muy pesada, ruidosas y la mía algo destartalada.

Cada día me llamabas a tu despacho y a mí, antes de llamar suavemente en la puerta, se me disparaba el corazón e incluso hacía el gesto de llevar mis manos al pecho, como queriendo tapar el rápido latido, temiendo que se notara.

Me sentaba en una silla con la espalda muy derecha y tomaba notas para luego escribir cartas, llamar a tal o cual persona, buscar recibos, hacer anotaciones en distintos libros de contabilidad.

Cuando terminábamos, me mirabas a los ojos y ellos también sonreían. Yo quería evitarlo pero siempre me ponía roja, bajaba la mirada y eso hacía que tu amable sonrisa se convirtiera en una aún más amplia.

-Señorita Valcárcel eso es todo por ahora, puede retirarse.

-Si señor -balbucía yo- a sus órdenes.

Y así pasó el tiempo: un año y otro y otro.

Un día me desperté y pensé que no podía continuar así, era evidente que él no sentía nada por mí o, después de tanto tiempo, ya se hubiera decidido a decirme algo, cualquier palabra, cualquier gesto... pero no: él era D. Antonio Ribera Muñoz, propietario y director de Hierros Ribera, una empresa grande que aportaba buenos dividendos, con sucursales en varios estados mexicanos y yo su secretaria, que había cometido el error de enamorarme y ya era incapaz de verlo todos los días sin ninguna esperanza de que el tipo de relación cambiara.

Antes de conocerlo también había trabajado en la pequeña empresa de hilados que tenían mis padres, ya heredada de los abuelos paternos. Había querido independizarme y lo conseguí aunque con gran disgusto de mi padre que estaba seguro de que yo dirigiría todo aquello cuando él se jubilara. Había pasado allí diez años aprendiendo a fondo cómo funcionaba cada sección, el trato con proveedores y clientes y viendo también los defectos que no conseguía que entendiera mi padre para que todo fuera mejor y diera mayores beneficios.

Pero ahora había decidido establecerme por mi cuenta muy lejos de allí, en una tierra que decían era bella, con buen clima y que parecía lo mejor para mí. El problema, como suele suceder, era cómo conseguir que alguien me apoyara económicamente para empezar el negocio.

Visité la ciudad y encontré unas naves muy grandes que serían perfectas para mis propósitos. Me sentía llena de ilusión, de esperanza, tenía la seguridad de que lo lograría y podría devolver en muy poco tiempo el capital que me dejaran.

Pregunté en varios bancos, pero yo era una mujer soltera, no tenía ningún bien que hipotecar, ni nadie que me avalara (A mis padres ni siquiera les había comentado el tema, quería conseguirlo por mí misma). Por ese lado era imposible.

Y aquel día, primero de febrero de 1894, llamé como tantas veces a la puerta del despacho de D. Antonio, y muy resuelta le conté mi proyecto y también mis fallidas conversaciones con los bancos.

Cuando terminé se produjo un silencio muy intenso y contuve la respiración esperando una respuesta.

-Está bien -dijo- ¿de cuanto dinero estamos hablando?

-Pues tengo que ir allá de nuevo, saber si me rebajarían el precio de las naves, el costo de los telares, hacer una división para la oficina y amueblarla, hablar con proveedores. Pienso que para que de verdad funcione, necesitaría unos veinte operarios y luego, si prospera, que estoy segura de que sí, se podría exportar o montar anexa una fábrica de confección o ampliarla y experimentar con otro tipo de tejidos más modernos, o....

-No se esfuerce, estoy casi convencido y, por lo que veo, no tiene muy claro cuanto dinero necesita, ni que tiempo tardaría en devolvérmelo

-Eso es bien cierto -dije muy desalentada

-Le propongo algo: puedo acompañarla en su viaje y, tal vez mi ayuda le sirva ya que, aunque son negocios bien diferentes, puede servirle mi experiencia.

De pronto sentí que podía conseguirlo y casi grité:

-¡Sería magnífico contar con su ayuda y consejos! ¿Cuando cree que podríamos salir?

-Es un viaje largo y será algo pesado, pero mi chófer puede llevarnos y así será más cómodo porque podemos ir parando. Déjeme ver - hojeó su agenda que siempre estaba sobre la mesa- Si usted está de acuerdo, podría ser la madrugada del próximo miércoles. Llévese alguna ropa de abrigo porque allí suele ser algo más frío y tenga en cuenta que haremos noche en cualquier hotel que nos convenga

-Si, si, no sabe cuanto le agradezco, seguro que el lugar que elegí le gustará y verá las grandes posibilidades que tiene.

Y aquel viaje se convirtió en algo inolvidable en todos los aspectos. Hablamos muchísimo de todo y por primera vez no me sentí como el jefe y su secretaria, sino como dos personas con una gran afinidad que se entienden tan solo con mirarse.

Antonio (porque a partir de ahí empezamos a tutearnos) me prestó una gran suma de dinero porque pensó que sí era una buena oportunidad, un buen negocio, con el que podría darse una gran expansión y, lo más importante, confiaba plenamente en mí para dirigirlo.

Yo pensé que había sido muy generoso y las condiciones para devolver el dinero eran muy fáciles, como mucho cinco años serían más que suficiente para saldar toda la deuda.

Seguía amándolo profundamente pero sabía que jamás me atrevería a decírselo.

Una vez que me instalé a las afueras de Puebla me sentí feliz y, a pesar de que trabajaba muchas horas, sentía que eso era lo que quería, lo que siempre había deseado.

Cada semana hablábamos por teléfono y a veces nos escribíamos largas cartas compartiendo, sobre todo, la marcha del negocio que iba muy bien.

Hasta que un día, levanté la vista y allí estaba, al otro lado de mi mesa de despacho. Sonrió y me dijo:

-Ya no podía pasar más tiempo sin verte, ya no son suficientes las cartas o las llamadas.

Luego sacó una cajita del bolsillo y me dijo:

-¿Quieres casarte conmigo?

No podía contestar: había sido tan inesperado, tan emocionante, tan.... solo sentí como las lágrimas más dulces de mi vida resbalaban por mi cara. Fue nuestro primer beso

Me colocó la sortija que traía en la cajita y cuando por fin me fui recuperando, yo también saqué de un cajón del escritorio un sobre con una nota:

“Con todo mi amor, para que midas el tiempo que necesitas para encontrarme”

Yo sabía que le gustaban así: era un reloj redondo, con tapa, de plata y con una larga cadena, de aquellos que los señores llevaban en un pequeño bolsillo en la parte baja del chaleco.

-¿Cómo sabías que me gustan así y que quería que me regalaran uno? Tenía que ser regalado – dijo muy asombrado

-Fíjate en la fecha que hice grabar dentro

-16 de mayo de 1894. Pero ese fue el día que vine para acompañarte en la inauguración de la fábrica. ¿Ya me amabas?

-Sí, desde siempre y tenía la esperanza de que te dieras cuenta de que tú también me amas

Después salimos de la regresión igual que habíamos entrado, de la mano. Nos abrazamos, nuestras lágrimas se mezclaron y, cuando pudimos hablar, agradecimos al Universo el habernos encontrado otra vez.