13 octubre 2014

Cartas no enviadas (V)

Querido Amor:

Hay veces que me despierto y la nostalgia es tan fuerte que creo que no podré soportarla.

Estamos en Otoño, para mí la estación más romántica, ensoñadora, tibia. Tal vez sean los tonos dorados, naranjas, rojos o marrones. O que los árboles comiencen a desnudarse sin ningún pudor, como mostrando su alma. O que ya apetece abrigarse, leer frente a una estufa, tomar humeantes tisanas que aportan olor y sabor…

Últimamente me dicen mucho: cuídate, ámate, ríete, sé feliz. Y sí trato de hacer caso y cumplir tan sabios consejos. Sé que el Amor está dentro de uno mismo, como todas las grandes cosas que solemos buscar fuera: la Paz, la Alegría, la Libertad.. pero como decía aquel viejo refrán: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. Quiero decir que trato de cuidarme, soy feliz, por ejemplo, con la visión del hermoso campo de maíz que vi esta mañana o con el vuelo de las golondrinas que tienen un nido en mi patio. Me río saludablemente con las cosas más tontas, trato de caminar y comer sano… pero ¿dónde está el otro?

Y ahí es donde entra la nostalgia. El deseo de que te abracen, te besen, compartan contigo todos esos buenos momentos que surgen a diario.

Cuidar, reír, amar en compañía. Como se suele decir: las personas que están en pareja desean estar solas y viceversa…. O no, dependerá de cada cual.

A mí, querido Amor, me gustaría que esto que siento se expandiera y llegara a otro Amor, cercano o lejano. No como media naranja, sino como naranjas enteras que se encuentran y aman y comparten en libertad, sin ataduras, sin normas o leyes. Simplemente disfrutando de bellos momentos o bellas semanas o años o….. Y si hay que alejarse que el otro lo comprenda y pueda desprenderse con una sonrisa porque la esencia del uno siempre permanecerá en el otro.

Bueno, el otoño también tiene algo de romántico y ¿por qué no? Música suave y tranquila, velas, aromas…. O pasión intensa porque los otoñales, a lo mejor, tenemos más experiencia de cómo queremos disfrutar nuestro tiempo en pareja.

Bien, Amor, hasta otro rato. Plenitud otoñal para todos

01 octubre 2014

Mosquitos Trompeteros

Sobre las seis de la tarde comenzó la tormenta, nada de tonterías, ¡Enorme!. Se cortó la luz un par de veces, relámpagos a una velocidad de vértigo y los truenos tremendos. Cuatro horas después aún se oía aunque ya más alejada.

El caso es que esta casa, dentro de una urbanización construída en medio de la nada y con un pedregal al lado, tiene multitud de pequeños insectos que salen de noche: arañas, mosquitos varios, grillos y otros que no sé cómo se llaman pero que resulta sorprendente verlos en el suelo o las paredes. Al fin y al cabo, ellos están en su territorio, los intrusos somos nosotros.

A mí no me molestan, excepto los cínifes o “mosquitos trompeteros”, esos que, además de picar, anuncian su llegada con su peculiar zumbido. Es como: “allá voy y te pongas como te pongas sin picar no quedas”.

Justo antes de acostarme vi uno en la pared y ¡zapatazo!

¡Que bien –pensé- Ya lo cacé así que podré dormir a gusto!

Pero mi alegría duró menos de cinco minutos. Otra vez el zumbido. Imposible, no había resucitado, evidentemente era otro. Después de lo típico: taparme hasta las orejas y dar manotazos a diestro y siniestro, decidí levantarme y tratar de localizarlo. Y sí ¡uno menos! Dos a cero estaba muy bien y en un tiempo bastante rápido.

Otros cinco minutos y zzzzzzzzzzzzzzzzzzz. Esta vez no fue tan fácil. Después de un tiempito, encendí la luz, fui al baño… Ya tenía picaduras en las manos, la cara, ya me había restregado ajo… pero me resistía bravamente a utilizar el repelente, para mi gusto apesta y acababa de lavar las sábanas que olían a limpio y agradable. Estaba tan desesperada que pensé: “Ya solo me queda el insulto” y empecé a llamarle de todo al animalito, que, por supuesto, ni se inmutó y siguió dando la lata.

Semi-dormida daba manotazos, en mi ensoñación inventaba procedimientos de tortura o sistemas perfectos para acabar con él: con casco y empuñando un lanza-llamas (parecía real, pues se sumaba el resplandor de los relámpagos), fumigación extrema y movía la sábana muy deprisa a ver si quedaba atrapado en aquello que para él podría ser un huracán.

Al final parece que sus ataques cesaron o yo terminé durmiendo profundamente.

Por supuesto cuando amaneció me sentía muy cansada. Me parecía raro que el mosquito hubiera desaparecido por las buenas. Me levanté, abrí la puerta del armario y ¡ahí estaba! Era gordo, supongo de la alimentación a mi costa de la noche. Debo reconocer que mis reflejos fueron muy rápidos, me saqué la zapatilla y acerté de pleno.

Es cierto que tengo marcas por toda la cara, incluso en el nacimiento del pelo, pero gané… bueno al menos hasta la próxima.