21 diciembre 2014

Érase una vez un pegaso volando

Érase una vez un pegaso volando.....


Érase una vez un pegaso volando, un koala durmiendo, un conejo asustado y, en el suelo, una serpiente que buscaba su alimento entre las hojas secas del otoño.

También había una ardilla que estaba muy contenta porque ya tenía hasta arriba su reserva para el invierno, un castor que a veces sonreía enseñando sus enormes dientes y un oso muy grande que entendía mucho de sueños propios y ajenos.

No pasaba nada especial, era un día como cualquier otro. Pero de pronto a la serpiente le salieron alas y voló… solo un minuto porque pasó un águila que tenía hambre y prisa. Todo pasó en un momento.

El conejo en realidad era coneja y guardaba a sus gazapos en una cuevita cercana. Tenía que alimentarlos y sentía miedo porque acababa de ver lo que le había pasado a la serpiente. ¡Pobre –pensó- y se le erizó toda la piel. Después con una sonrisa llegó a la madriguera y dijo: “Chicos, hemos tenido mucha suerte, mirad cuantas zanahorias”

El koala seguía durmiendo

El pegaso estaba desorientado, no era esta su dimensión y su vuelo era irregular. No recordaba haber visto ninguno de los paisajes por los que estaba pasando, aquel río no parecía el mismo, la montaña ayer no estaba ahí ¿qué hacer?

Se acercó al árbol donde estaba el koala y le dijo:

-Por favor, estoy perdido ¿podrías indicarme el camino correcto hacia mi país?

-¡No molestes, no ves que estoy durmiendo!

-Disculpa, no quiero molestarte, es que no conozco a nadie por aquí

-Y a mí qué me importa eso. Estúpido animal, vete enseguida o probarás mis dientes

El pegaso se alejó, no entendía cómo un animal de apariencia tan dulce y tranquila podía ser tan desconsiderado. Miró hacia arriba y entre las nubes vio un camino perfectamente trazado por los rayos del sol.



Ahora sí estaba en un lugar conocido, se puso muy contento porque otros pegasos como él venían a su encuentro y en la pradera se veían unicornios, el agua del río estaba poblada de ondinas, las hadas revoloteaban jugando con las mariposas y…

¿De verdad eran mundos tan distintos?

Y el Caminante del Cielo que lo oyó le dijo:

-Ven, ponte aquí, a mi lado, yo te contaré la historia:

Hace muchos, muchos años, todos estábamos en un solo mundo y éramos felices y convivíamos en paz unos con otros Pero los hombres empezaron a cazar unicornios para quitarles su cuerno y hacer no sé qué pociones, maldijeron a las sirenas porque decían que sus cantos hacían zozobrar los barcos. Aunque montaban caballos disparaban flechas a los pegasos. No querían a las hadas porque no tenían utilidad como las abejas que producían miel…

Así que un día el Consejo Supremo de los Caballeros del Sol, se vio forzado a intervenir y al llegar una determinada fecha vinieron hasta el bosque y me pidieron que con mi bastón de oro trazara una línea apenas visible que separara los dos mundos de manera que los hombres ya nunca pudieran ver a los seres mágicos que desde entonces, como ves, viven muy felices aquí en su mundo.

De todas formas hay algunos hombres y sobre todo niños que os ven, os quieren, aunque solo puedan pasar algunos ratos con vosotros mientras duermen. Con ellos si hay una buena relación.

-¿Y los animales –pregunto el pegaso- porqué se hacen daño entre ellos?

-Bueno eso ya son Leyes de la Naturaleza, pero algunos son así desde que tuvieron contacto con los hombres. Ellos no son crueles, pero todo se aprende

-¿Quieres decir que lo aprendieron de los hombres?

-No todo, pero sí en parte

-Y ahora ¿qué pasará, todo va a seguir igual? 

-A ti ¿cómo te gustaría que fuera?

-Me gustaría que de nuevo pudiéramos vivir todos juntos, en paz y armonía

- Pero nunca nada vuelve al pasado, todo se mueve en espirales hacia el futuro. A veces parece que los hechos se repiten pero nunca son exactamente igual, todo evoluciona, va hacia delante en busca de nuevas oportunidades de aprender y desarrollarse, cada cual en su especie correspondiente. Solo los seres mágicos permanecen inalterables en su mundo, felices y protegidos de agresiones ajenas.

-Entonces ¿no hay remedio?

-¿Tú estarías dispuesto a buscar una solución?

-Sí, solo dime qué tengo que hacer

-Está bien, lo consultaré con los Caballeros del Sol y ya te diré

El Caminante del Cielo ya tenía una idea pero le parecía un poco cruel, consistía en que el pegaso ofreciera sus alas y volviera a ser un caballo normal. No, era una idea vieja lo del sacrificio, seguro que había una mejor solución.



Alzó su bastón y se elevó en el cielo, era un camino conocido durante miles de años aunque cada vez menos transitado.

Llamó en la gran puerta blanca y esta se abrió.

-Pasa, pasa – se oyó una voz al fondo

Los Caballeros estaban en grandes sitiales y, como siempre, rodeados de una luz tan fuerte que era casi insoportable mantener los ojos abiertos, por lo cual las entrevistas eran muy rápidas.

El Caminante contó la historia, todo lo que le había pasado al pegaso y su idea de tratar de que todos pudieran vivir en Paz y Armonía.



-Se ve, Caminante, que sobre ti ya empiezan a pesar los años ¿no te has dado cuenta de las fechas que estáis en la Tierra?

-¿Qué fechas, de qué habláis?

-Hoy es 21 de diciembre, justo el día en que la inmensa fuerza del Amor Incondicional desciende sobre ese pequeño planeta. Así que todo es muy fácil: levanta la línea de separación que tú mismo pusiste y de los días 21 a 26 déjala así. A ver qué ocurre. Durante esos días hombres, animales y seres mágicos podrán convivir y desde aquí veremos cómo se comportan, de forma que si comprobamos que de verdad pueden estar juntos y en paz pensaremos que sea permanente y sino pues todo es cuestión de volver a poner la línea. 

Por primera vez en muchos años el Caminante sonrió, tenía esperanza de que todo fuera para bien. Saludó y se fue muy deprisa porque ya era día 21. Esa misma noche levantaría la línea.

Fue algo tranquilo pero solemne, importante. Todos los seres mágicos se habían reunido a un lado de la línea, por el otro muchos animales esperaban expectantes aunque no sabían muy bien qué era lo que estaba sucediendo. Hombres y mujeres ¡ni uno!, pero sí estaban muchos niñas y niños menores de siete años, estaban algo nerviosos y muy contentos: era la primera vez que verían a todos los seres mágicos de verdad, en su ambiente......

El Caminante alzó los brazos, trazó varias espirales con su bastón y la línea divisoria despareció. Todo fueron sonrisas, abrazos, reconocimientos

Así pasaron los días: el 22, el 23. EL Caminante estaba un poco desilusionado: no había pasado nada. Sí que las relaciones entre seres mágicos, niños y animales eran cada vez mejor, había más confianza y los juegos y risas se oían a cada momento. Pero hombres y mujeres, incluso jóvenes, seguían sin aparecer ninguno, ni uno solo.

No había que perder más tiempo, subió, llamó a la gran puerta y se abrió:


-Pasa, pasa, no te quedes ahí parado, ¿qué sucede? -dijo uno de los Caballeros del Sol, desde su gran sitial

-Pues eso, que no se ha presentado ningún humano, de ninguna edad, de ninguna raza. Nada, nadie

-¡Caramba pues sí que es preocupante la situación!. Te enviaremos refuerzos. Procura que todos estén reunidos la noche del día 24. Será increíble, espléndido, maravilloso

-¿No me podríais decir algo más concreto?

-No, se estropearía la sorpresa. Dilo así, anuncia a todos que de eso se trata, será una gran sorpresa

El Caminante se alejó. La verdad, no confiaba mucho en que todo fuera a resolverse tan deprisa. Mandó todos los emisarios que pudo, no solo por el bosque, sino por toda la Tierra. Curiosamente todos querían colaborar: pegasos, sirenas y hadas por el mundo mágico. Muchos animalitos de todas partes y la mayoría de los niños que también querían participar y lo comunicaron en sus sueños.

Y la noche del 24 de diciembre había una gran expectativa en todo el mundo. En algún lugar sonaron 12 campanadas y como si fuera la señal esperada, las estrellas empezaron a caer por todas partes del mundo. Su luz iluminaba todo el trayecto por donde pasaban y cuando aterrizaban se quedaban allí, enormes, preciosas, como grandes bolas de cristal de diferentes colores, pero sobre todo blancas. Muchas, muchísimas en todos los lugares de la Tierra.

Las personas salían de sus casas y veían todo aquello como algo único, nuevo. Veían también a los seres mágicos en compañía de sus niños y a muchos animalitos que no se sabe de dónde habían salido, pero allí estaban también. Algunos solos, otros en manadas y muchas hembras con sus cachorros.

Los hombres y mujeres, de todas las edades, contemplaban aquel maravilloso espectáculo pero lo mejor es que iban sintiendo en su corazón una alegría tan grande que no podía expresarla con palabras. Se formaron muchos círculos y bailaron, cantaron y dieron gracias por cómo se sentían.

Y así fue hasta el amanecer y cuando salió el Sol, vieron junto a él a varios Caballeros vestidos de oro subidos a sus pegasos engalanados para la ocasión. Y uno de ellos era el pegaso que había querido que todos pudieran vivir en paz y ahora sí se sentía muy feliz: por haberlo conseguido y porque había pasado a ser la montura de uno de aquellos magníficos Seres de Luz.

Algunas personas dijeron que los habían oído hablar y que decían:

-Os deseamos que esa Paz que ahora mismo sentís, siempre permanezca en vuestros corazones. Disfrutad de vuestra vida con Amor y Alegría hacia todos y todo. Os bendecimos.

Han pasado muchos años de aquella fecha tan señalada y el Caminante del Cielo se siente muy orgulloso de unos y otros porque nunca más ha tenido que trazar la línea.

Vigo, 21 de diciembre de 2014

Isabel del Carmen Llor Cerdán

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