18 diciembre 2014

El Camino de Santiago - Serie de relatos VIII

Dicen que quien hace el Camino de Santiago se encuentra a si mismo. Físicamente es duro caminar durante muchos días y por las noches no se descansa bien, o vienen a nuestro encuentro sueños reveladores sobre el pasado, presente e incluso, futuro.

Puede uno hacerlo en plan solitario, ir en grupo o compartir con las personas que están a lo mismo. Hay albergues y también algunos lugares donde ponen sellos en una cartilla, para que puedas demostrar que has pasado por allí y luego obtener tu certificado de peregrino. Está el camino francés, el portugués y probablemente alguno más, según donde comiences y la ruta que sigas y aunque lo normal es hacerlo a pie hay quien lo hace en bicicleta o a caballo. Ahora también hay otra modalidad, que consiste en hacer un trozo cuando se puede y proseguir, semanas, meses o incluso años después.

Pero yo creo que hay caminos muy personales, por ejemplo una amiga catalana, fue primero hasta la frontera francesa, desde allí empezó a caminar y cuando apenas había hecho 50 kms., se metió en la iglesia de un pequeño pueblo, se sentó en un banco y allí empezaron a “llegar” un montón de escenas de su vida que tenía que perdonar y cerrar. Después de unas horas, el tiempo que le llevó el proceso, se dio cuenta de que lo que había ido a buscar en el Camino, ya estaba concluido, así que tomó el primer autobús y regresó a su casa.

El camino de mi madre también fue muy personal. En el mes de mayo, ella y mi padre cumplían sus bodas de oro (cincuenta años de matrimonio). Aunque no se lo diagnosticaron hasta mucho después, ya padecía Alzeimer y además caminaba con mucha dificultad apoyándose en nosotros. Nos dijo que le hacía ilusión ir a Santiago, así que lo organizamos y, a los dos días, salimos de casa para coger el tren de las nueve de la mañana. Dejé aparcado el coche cerca de la estación y, con algunos esfuerzos, conseguimos dejarla instalada en un asiento. Cuando llegamos, unas dos horas mas tarde, lloviznaba. 

Llevaba muy mal lo de subir escaleras, así que buscamos una entrada en la que había que bajarlas; fue lento y trabajoso, pero entramos por la puerta que solo abren en año santo. Al entrar en la catedral, resulta que era la misa del peregrino, había tanta gente que era imposible moverse, había unas cuantas pantallas grandes en las que se podía seguir la celebración. La pobre aguantó lo que pudo y salimos, llovía mas fuerte, pero los paraguas se habían quedado en el coche.

Yo sabía algunos sitios donde comer bien y económico, pero mi padre dijo que no íbamos a ir mojándonos, nos meteríamos en el primer bar que apareciera. Nos cobraron a precio de turista millonario.

Cuando llegamos a la estación: tres tramos de bajada de escaleras de piedra y mojadas, estaba a punto de salir un tren (creo que lo único bueno de la jornada)

¡Por fin en Vigo! , pensé con alivio, pero cuando llegamos donde debía estar el coche se lo había llevado la grúa. Dos taxis: uno para llevar a mis padres a casa y otro para mi, para tratar de recuperar mi auto. El taxista me informó de que habían cambiado de lugar el depósito, el nuevo quedaba más alejado, y que no me dejarían sacarlo de allí, si antes no abonaba la multa y los gastos.

Seguía lloviendo, claro, el guarda del enorme aparcamiento, totalmente embarrado, se debió compadecer de mi y me dijo: “Puede pagar con tarjeta, yo se lo acerco hasta aquí”

Al día siguiente mi madre me dijo que había sido un viaje muy raro y no había podido, según la costumbre, darle un abrazo al Santo, así que podía llevarla otra vez la semana siguiente. No voy a poner lo que contesté.

Desde ese día empecé a pensar que, tanto para ella, como para mi padre y para mi, había sido nuestro particular Camino, lleno de escaleras, lluvia, apreturas y muchas “ofrendas” de dinero. Espero que el Santo nos lo cuente como tal

0 comentarios (+add yours?)

Publicar un comentario