04 junio 2014

Magda

Llovía cuando salimos del Amanda Bar...

Magda apretaba su cuerpo contra el mío como si así se resguardase mejor del chaparrón, había sido su gran noche y la sentía como flotando en una aureola de sensaciones que iban de la total euforia a una especie de sensualidad que se escapaba por todos sus poros. Pensé que había bebido, pero no, su aliento cuando me besó no olía a alcohol.

-Vamos, vamos -le dije- espera que lleguemos a casa. ¡Taxi, taxi! Menos mal, hemos tenido suerte.A Cifuentes, 39.

En el taxi se tranquilizó un poco y apoyando su cabeza en mi pecho se quedó amodorrada.

Vivíamos juntos desde hacía tres años. Yo trabajaba como informático en una empresa de marketing, algo bastante rutinario pero que se me daba bien y tenía un buen sueldo. Ella era una artista: cantaba, pintaba, le gustaba la magia... Era extraña, mística, muy independiente, pero seguramente por ser tan distintos nos atraíamos como un imán. No era una pareja con la que convivir, era mi pareja, la que supongo que todos vamos buscando y había tenido la suerte de encontrarla. Algunas veces se lo había dicho y reconozco que me ponía muy pesado queriendo oír que ella sentía lo mismo, pero nunca me lo dijo.

-Ya hemos llegado, despierta querida y colabora, sabes que no puedo contigo.

Tenía una mirada rara, como si no me viera, pero salimos del coche, entramos en el portal y después en el ascensor.

Abrí la puerta del apartamento y la besé tratando de recuperar lo que ella había empezado, pero me empujó y se tumbó en la cama con toda la ropa mojada.

-No sé que te pasa, pero déjame por lo menos que te quite esa ropa y te ponga algo seco, estarás más cómoda y si lo que quieres es dormir, está bien. Tenemos mucho tiempo por delante.

La arropé bien, la besé en la mejilla y apagué la luz.

No tenía sueño, me instalé en la butaca y traté de leer algo, pero no era capaz de concentrarme

Al rato oí que me llamaba. Estaba sentada en la cama y cuando me acerqué me echó los brazos al cuello y empezó a besarme mientras las lágrimas resbalaban por su rostro.

-Magda cuéntame lo que te pasa. Sea lo que sea, sabes que puedes contármelo.

-No te preocupes, no es nada importante, o sí, solo sigue besándome, hazme el amor como si fuera la última vez. Esta noche me he dado cuenta de que te amo. Nunca he querido decírtelo porque no estaba segura, pero ahora lo sé: te quiero. Tanto que luché por triunfar y por fin, esta noche, he sentido que había conseguido lo que quería y tú estabas allí, apoyándome, pendiente del público, de los periodistas, de todo y sentí que me importabas más que mi triunfo.

Fue increíble, nuestra unión fue perfecta. Para mí también había sido una gran noche. Nos dormimos abrazados y en paz.

Por la mañana me extrañó que aún estuviera en la cama, solía levantarse muy temprano y preparaba café. La sentí fría y un escalofrío recorrió mi espalda. La besé con ternura y dije:

-Vamos, perezosa ¿no me vas a preparar el desayuno? Se me está haciendo tarde.

Pero al soltar mi abrazo ella quedó en una postura extraña, como desmadejada y entonces entendí lo que pasaba: Magda había muerto, en mis brazos, feliz, pero se había ido. Había conseguido todo lo que quería de esta vida y no quería continuar.

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