17 junio 2014

En la carnicería - serie de relatos (II)

Entra una señora y lo primero que dice es:

-Miguel, ¿tienes huevos?-

El carnicero, un chico de treinta años, más o menos, sonríe con complicidad mirando al resto de los clientes y responde:

-Si, Marta , ¿de cuales sueles llevar?-

-Pues de los pequeños, salen buenísimos, algunos hasta tienen dos yemas-

-Es verdad - apunta otra señora- además por ese precio... para hacer una buena tortilla o un bizcocho-

-Pues nada – termina Miguel- coge los que quieras. La verdad es que me los quitan de las manos, en cuanto llegan desaparecen-

Otra señora dice: 

-¿Como tienes la morcilla?- (Así, sin inmutarse). A pesar de las sonrisas del resto, la señora sigue a lo suyo: -Y no te olvides de los huevos-

Supongo que ese tipo de diálogo se da en la carnicería con bastante frecuencia, los que atienden son tres hombres y sonríen, mientras parece que intenten proteger esa valiosa parte de su anatomía encogiéndose un poco, aunque sigan su trabajo haciendo esfuerzos por no caer en la franca risa.

Cuando mi padre tenía la agencia el número de teléfono era casi idéntico al de una tienda de ultramarinos, así que casi todos los días había confusiones. Una mañana, después de colgar, mi progenitor me contó la conversación completa.

Una señora, lo primero que dijo fue:

-Oiga ¿tiene usted huevos?-

-Pues si-

-¿Y son frescos?-

-Pues podría decirse que si”-

-¿Caseros o de granja?-

-Caseros-

-¿Y a como los vende?-

-Ah, eso si que no, no están en venta-

-¡Anda, ¿como que no!? Entonces ¿que clase de tienda es esa que no quiere vender?-

-Bueno, empecemos porque esto no es una tienda, sino una agencia de publicidad, pero usted tampoco preguntó-

Después de un tenso silencio, la señora no dijo nada más, se limitó a colgar.

Hay idiomas en que no existe el doble sentido, lo cual me parece una pena, porque escenas como las anteriores, bien pueden alegrarte el aburrimiento de tener que esperar a que te llegue el turno de comprar: “Ponme tres chorizos y media docena de huevos”.... por ejemplo.

Hace días, esta vez en la frutería y en conversación con la dependienta, que parece estaba de mnuy buen humor, ocurrió lo siguiente:

Yo había comprado puerros y le dije:

-Por favor cuando los pese, córteles el rabo que así no llevo tanto peso

-Todo el mundo me pide lo mismo, pero en realidad dicen que esas hojas tienen muchas vitaminas. Además es cómo con los maridos: si les cortas el “rabo” en realidad no los necesitamos para nada.

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