26 mayo 2014

Canción desesperada - Cartas no enviadas (IV)

Mi amor, te escribo de nuevo.

¡Cuántas cartas no enviadas! Las guardo en una carpeta azul antigua, heredada.

Como nuestro amor, casi rancia. De aquellas con gomas, tamaño cuartilla. Pero para qué te cuento esto, si no te importó nuestra vida, menos te van a importar cosas tan sencillas.

A veces las releo, una por cada año que se nos murió el amor y van ya veinticinco ¡Ya ves, las bodas de plata del olvido! Aunque yo me siga acordando.

Recuerdo el día que nos casamos: lucía un espléndido sol de invierno, algo blanquecino. Las cinco y treinta de la tarde. Mi traje blanco y el paso firme de “Hay que seguir adelante” y en ese ímpetu, sin querer, tu madre me pisó la cola haciéndome frenar en seco. Mi padre, padrino de la boda, te había cedido la flor que llevaba en el ojal que, por un malentendido, tú no llevabas. Y al salir de la iglesia nadie se había acordado del tradicional arroz, así que nos tiraron garbanzos. No me dí cuenta de tantas señales, ni aprendí a hacerles caso hasta mucho después.

De la ceremonia recuerdo mi petición: “Señor haz posible que le ame” y cuando el cura dijo que nos cogiéramos las manos, las tuyas temblaban tanto y estabas tan pálido que creí que te ibas a desmayar. Aquel día era el veintidós de diciembre, día de la Lotería de Navidad. Y así fue, como un sorteo, podía salir bien o salir mal.

Tenías los ojos azules y a mi siempre me han gustado. Tenías, porque hace tres años te fuiste muy lejos para que nadie te pudiera alcanzar.

Desde que nos divorciamos (aguantamos bravamente diez años casados) no nos volvimos a hablar. Las palabras imprescindibles si teníamos que tratar algún asunto de nuestros hijos. Por eso empecé con las cartas, era la única forma de decirte lo que realmente sentía, lo que quería expresar de verdad, en lugar del ceño fruncido, la mirada huidiza y la ausencia de sonrisa.

Después de veinticinco años divorciada ahora me preguntan mi estado civil y me quedo atascada: no asumo que soy viuda.

No sé si te quise de verdad, pero fuiste mi primer hombre y fuí tu primera mujer, juntos aprendimos ese arte tan difícil que llaman hacer el amor y casi la única faceta de nuestra vida en la que estábamos de acuerdo.

El tiempo todo lo cura o lo borra o lo hace más manejable. Ya no te echo la culpa y espero que tampoco me culpes a mí de tantos desencuentros, tristezas, sinsabores... Si hubiera un concurso de “Cómo destrozar la ilusión” nos darían el primer premio.

Probablemente ganaste tú porque rehiciste tu vida y, al menos en apariencia, fuiste feliz. Pero, ahora te lo puedo decir, unos días antes de tu boda viniste a mis sueños a pedirme permiso para casarte de nuevo y yo, de todo corazón, te lo dí.

No fui a tu funeral ni a tu entierro. Gracias a Dios tenía una gripe inmensa que me retuvo en la cama. Unos días antes de tu partida, como si lo presintiera, empecé a llorar por dentro y me dí cuenta: pasara lo que pasara entre nosotros, tu habías sido el padre de mis hijos, merecías, no sé si mis lágrimas pero sí mi respeto.

Estés donde estés espero que seas muy feliz. Te recuerdo cómo eras cuando te conocí: pelo rubio, ojos azules, delgado, inteligente y aún sabías sonreir.

En el primer trimestre que yo estuve en Madrid recibí noventa cartas tuyas. En ellas contabas lo que hacías: tus charlas con los compañeros, las clases, tus ideales, tus luchas y, sobre todo, lo que querías hacer y compartir conmigo. Las guardé en secreto durante mucho tiempo, luego las rompí una a una, a medida que mis ilusiones también se iban rompiendo.

Sigo sin saber si te quise, si te quiero, pero ahora ya sé que es el momento de que recibas todas estas cartas mías, todas juntas consumidas por el mismo fuego. Una vela blanca, un incienso, unas flores... Querido, va por ti.

1 comentarios (+add yours?)

Unknown dijo...

A corazón abierto. Gracias por tu generosidad!!!

Publicar un comentario