21 mayo 2016

La bolsa de los secretos

Un hombre muy humilde caminaba por senderos llenos de polvo entre pueblos y ciudades. Subía y bajaba montañas y, cuando tenía ocasión, se quitaba sus gastadas sandalias y refrescaba sus pies en las aguas de ríos y lagos.

Vestía una vieja túnica que le tapaba hasta debajo de las rodillas y llevaba dos bolsas de tela: en una guardaba la escasa comida que le iban dando, en otra nadie, ni siquiera él, sabía su contenido.

En ese peregrinaje llevaba desde que era un muchacho y ahora en su vejez seguía la que creía su misión lleno de paz.

Cuando se cruzaba con alguien saludaba con una sonrisa y luego indicaba que metiera la mano en la bolsa de los secretos como la llamaba.

La mayoría lo hacía con curiosidad y tal vez con la esperanza de sacar una moneda de oro, una piedra preciosa o el mapa de un tesoro, pero lo que obtenían, en general, era un papel con un símbolo dibujado que el anciano descifraba y les daba la enhorabuena porque siepre resultaba ser lo que en ese momento la persona más necesitaba. La mayoría daba las gracias, algunos regalaban algo de  comida y, muy pocos,  obsequiaban una moneda.

Después de eso cada cual seguía su camino, sin darse cuenta del gran regalo que acababan de recibir.

De pronto un día el anciano se sintió muy cansado. Se sentó a la sombra de un gran árbol, le faltaba la respiración y se dio cuenta que pronto dejaría esta vida. Oró pidiendo ayuda y consejo pensando a quien debía trasmitir su bolsa de los secretos. Y, casi al momento, el gran árbol con grave voz, le dijo:

-Tu sustituto está en camino, es un joven con el que te cruzarás cuando estés atravesando un puente. Lo reconocerás porque te ofrecerá tu ayuda y sentirás que tiene tu misma esencia.

Ahora mete la mano en la bolsa. Es como siempre un gran regalo porque toda tu vida porque has cumplido fielmente tu misión y, a pesar de que sentiste curiosidad, te contuviste. Hazlo ahora.

El anciano dio las gracias pero pensó que lo que más necesitaba era un buen sueño reparador y acomodándose entre las raíces, se quedó dormido.

Pronto se vio rodeado de magníficos seres de luz que, formando un círculo comenzaron a cantar y él, lleno de paz, se fue elevando hasta llegar muy arriba.

Allí vio una gran puerta blanca con llamadores dorados. Llamó tres veces y la puerta se abrió.

Supuso el anciano que había llegado a la gloria porque la luz era intensa, los colores lo rodeaban danzando y seguía oyendo las bellas voces de los ángeles.

Oyó una voz, que llena de ternura, le dijo:

-Has llegado a tu verdadero hogar. Esta es tu recompensa por toda tu vida de servicio. ¿Deseas algo en particular?
-Pues veréis, es que antes de quedarme dormido, me dijeron que debía entregar mi bolsa a un sustituto y así me gustaría que se cumpliera
-Está bien, regresa y cumple tu última misión.

Despertó debajo del árbol, se levantó y se puso en camino hacia el puente, pero nadie supo darle razón.

Y así pasaron días y hasta semanas.

Un día encontró una gran muro de piedra que cerraba un hermoso
jardín. Preguntó a quien pertenecía todo aquello y le dijeron que a un joven príncipe que vivía allí desde su más tierna infancia.

Llamó a la puerta y preguntó al sirviente que le abrió si podía pasar:

-Por supuesto, mi joven amo hace años que os está esperando.

Un perro grande salió a su encuentro y mientras duró su estancia no quiso separarse de él.

Apareció luego un gato que, maullando, pidió una caricia bajando la cabeza.

El jardín era grande y magnífico y a los pájaros parecía gustarle porque volaban y cantaban alegres.

Se fijó que, al fondo, corría un riachuelo y encima había un hermoso puente de piedra con balaustradas decoradas con bellos dibujos. Pensó
“Encontré el puente” y luego, dirigiéndose al sirviente, dijo:

-Decidle al príncipe que no tengo mucho tiempo y debo entregarle algo
-Así lo haré.

Caminó hasta la mitad del puente y esperó
Desde allí se veía bien el palacio y las montañas que lo rodeaban, muy altas, tanto que sobrecogía verlas tan cercanas.

Enseguida apareció un joven muy apuesto y bien vestido:

-Maestro, me da mucho gusto vuestra visita, tal vez podáis decirme si ya es mi tiempo y estoy preparado.

El anciano sonrió y, sin decir palabra, abrió la bolsa

El joven metió la mano y sacó un papel que decía:

“Ha llegado el tiempo de dejar tu palacio y recorrer el mundo”

El príncipe palideció y dijo:

-Maestro, yo no conozco nada fuera de aquí. Mi corazón me indica que eso sería bueno para mí, pero no me siento con fuerzas ¿qué me aconsejáis?

El anciano contestó:

-Os agradezco vuestra hospitalidad pero solo vos podéis decidir. Mañana al alba seguiré mi camino. 

Os deseo lo mejor.
Al día siguiente, tratando de no hacer ruido para no molestar, dejó la mansión. El perro y el gato lo despidieron. El sirviente le abrió la puerta, le entregó una bolsa con abundante comida y le dijo:

-Yo iría con vos maestro, pero tengo esposa y cuatro hijos y sé que no debo abandonarlos a su suerte. Casi en la cima de la montaña, surge un manantial muy puro, tal vez allí encontréis a quien buscáis.
-Gracias, hermano, que Dios te bendiga.

Con mucho esfuerzo, el anciano fue subiendo la montaña, encontró el manantial y allí varias personas se estaban bañando para purificarse. Y con el alegre murmullo del agua se quedó dormido y de nuevo fue ascendido.

Una vez dentro, le ofrecieron quedarse porque se lo había ganado, pero él insistió en que quería entregar la bolsa y conocer personalmente a su sustituto.

-Está bien, pero esta será tu última oportunidad.

Cuando descendió, estaba a la orilla de un caudaloso río, pero por más que buscó no encontró ningún puente.

Como había hecho tantas veces, se quitó las sandalias y metió los pies en las frías aguas, pero la corriente era muy fuerte, sintió como si alguien lo empujara.
Se vio arrastrado y, lastimeramente, comenzó a pedir socorro.

De pronto, vio que, desde la orilla, una mujer lo llamaba:

-Aquí, aquí, agarraos con fuerza a esta soga y yo os sacaré
Así fue y, en un momento, estuvo sano y salvo, tumbado en la orilla. Dio las gracias a la muchacha y preguntó si por allí había un puente, pero no.

Entonces fue cuando se decidió a meter la mano en la bolsa para sacar un mensaje para sí mismo y, muy asombrado, leyó:

-Ya no busques más, ella es.

No terminaba de creérselo, pero le dijo a la mujer cual había sido su misión toda su vida y si ella estaría dispuesta a seguir con su tarea.

-Sí lo estoy maestro ¿Cuáles son las condiciones?
- Piénsalo bien,  porque si aceptas, tu vida entera será de peregrinaje, no conocerás esposo ni parirás hijos. Comerás las migajas que te den y pocos reconocerán el gran regalo que les haces. Serás bendecida por la Alegría, la Paz y la Humildad y cuando sientas que tu vida va a finalizar, busca quien te sustituya. ¿Aceptas entonces?

-Acepto en este momento y  lugar.

Entonces el anciano le entregó su bolsa y ella al recibirla se transformó en el ser más bello que jamás hubiera visto.

Esta vez ambos ascendieron y cuando las puertas se abrieron oyeron las maravillosas voces de los ángeles que, cantando, les daban la bienvenida y un ser, todo bondad y sabiduría, le dijo al anciano:

-Cumpliste  tu misión hasta el final. Eres bendecido por ello. La muchacha es tu propia alma que fue a recogerte y siempre será tu amada compañera. 

Pasad y disfrutad de vuestro merecido descanso.

Cuando llegue el tiempo de nuevo bajaréis a la Tierra y, mientras, id pensando cual será vuestra próxima misión.

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