02 junio 2015

La Herencia

-Pues a mí mis padres me dejaron un palacete en Guadalajara y estamos encantados oye. Con un jardín francés, un estanque con peces exóticos y hasta hemos contratado un mayordomo. Claro porque la fábrica de Johny va muy bien porque todo eso cuesta una pasta....

Pero no, no hablo de esas herencias o de:

-Mira que belleza, esta pulsera era una de las favoritas de mi madre y ¡menuda pelea tuve con mis hermanas! Pero al final conseguí quedarme con ella. Por motivos sentimentales, ya sabes, bueno y porque en realidad es la que más pesa y el oro siempre es un valor que puede sacarte de un apuro en un momento determinado
Y tampoco de las herencias de enfermedades varias, aunque ésta, seguro que algo tiene que ver con la genética a la que nos hemos acostumbrado a echar la culpa de un montón de trastornos varios:

-Heredé la sordera de mi abuela, la artritis de mi bisabuelo, los ojos azules y el colesterol de mi padre y el pelo ondulado de mi tía Rita, junto con un tic nervioso muy particular.

En nuestro caso hablo del sentido del humor. Nuestro precedente más próximo fue mi padre que probablemente lo heredó de sus ancestros maternos. Su abuela parió dieciocho hijos y supongo que decidió que era mejor tomárselo con buen humor y ese toque de sarcasmo e ironía lo heredaron la mayoría de sus hijos, sobre todo las mujeres, que también parían y seguían trasmitiéndolo a las siguientes generaciones.

La frase emblemática de mi padre era: “Jodido pero contento” que era lo que invariablemente contestaba cuando alguien le decía un simple: “¿Como estás?”.

Yo, siguiente generación, trato de verle la parte cómica aunque me pasen cosas no muy divertidas, pero que pasado algún tiempo y observando las circunstancias tomando distancia, siempre termino encontrándole el punto en que pueda reír, a veces sonoras carcajadas y otras un esbozo de sonrisa.
Mi hijo mayor fue un niño de los que ahora llamarían hiperactivos: siempre haciendo algo, alegre, divertido y capaz también de captar el humor y reírse a conciencia.
Pero creo que el que de verdad ha heredado el “don” es mi hijo menor porque así, sin pensárselo dos veces, le salen las frases con tal naturalidad que nos hace reír a todos, imaginar la escena y no poder parar de reír al enfocarnos la situación desde una perspectiva realmente cómica y divertida.

Fue capaz de sacar esa parte hasta a una circunstancia tan delicada cómo dónde poner las cenizas de mi madre.

Después de varios días, distintas propuestas e ir cargando la urna de aquí para allá, mi padre apuntó que, sin duda, la mejor ubicación sería debajo de la palmera del jardín. Todos nos quedamos callados, preocupados, ausentes, tristes, pero mi hijo se echó a reír. Lo miramos muy sorprendidos mientras él lo iba explicando entre risa y risa:
“Sí, imaginaos la escena: todos alrededor de la palmera. El yayo (mi padre) sin poder dejar de llorar, mi hermano cavando para hacer el agujero, los vecinos asomados al balcón muy curiosos a ver si eran capaces de saber con certeza qué estábamos haciendo y el perro feliz: ¡por fin, alguien se ha acordado de mí y escarbando a lo mejor encuentro algo interesante, tal vez un hueso!”
Fue tan realista y natural que acabamos todos riéndonos y acordamos que era evidente que aquel no era el lugar más apropiado.

Cuando conseguimos parar de reír, propuse hacer un agujero pero en un lugar mucho más discreto, echar allí las cenizas y encima plantar un rosal ya que a mi madre le gustaban mucho las flores. Y ahí sigue llenándose cada año de unas bonitas rosas amarillas.

A mi padre le gustó tanto que muchas tardes se sentaba a admirar el rosal y me repitió varias veces:

-Cuando yo me vaya, compras uno, con flores de otro color y lo pones lo más cerca posible del de ella.

Y así lo hice, solo que no calculé que el perro seguía siendo el mismo y debió de pensar que seguro esta vez sí encontraría un buen hueso aunque estuviera muy profundo, merecía la pena intentarlo. Vaya, que destrozó el rosal nuevo.

Menos mal que a mi padre le gustaba mucho uno más grande y que siempre estaba cubierto de grandes rosas blancas... y que no sería ninguna tentación porque hacía años que estaba plantado.

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