31 agosto 2015

Viaje a Lugo

Doy gracias por los hermosos y grandes árboles, por los campos tendidos al sol y las montañas pobladas hasta la cima de profundo verdor.

Por la muralla vieja de la que brotan plantas jóvenes.

Las terrazas y los soportales en la Plaza Mayor. Los gorriones no tienen barreras y vuelan por dentro, están acostumbrados a las personas.

Las calles puestas para caminar entre tiendas, cafeterías. Los bancos, fuertes,   para descansar.

Los ancianos se saludan, charlan, nos miran con curiosidad. Luego toman bastones y muletas y se van.

En plena siesta canta un gallo y nos despierta. Va con un poco de retraso ¡las cuatro treinta de la tarde!

Está terminando el día, busco la paz llena de sueño, ni siquiera quiero soñar.

Por la ventana no se ve nada especial.

Me peleo con la almohada, por supuesto. Llegas a las once en punto, me saludas y te vas.

Me despierta la claridad, a lo lejos una tenue neblina. Catorce grados de temperatura: ideal para caminar.

Las calles apenas amanecen. Sesión de fotos: las murallas, las flores recién regadas, la fachada del Ayuntamiento. Esos árboles, podados de una forma muy original, dan la impresión de venir a saludar desde otros tiempos lejanos.

La catedral, apenas la recordaba. Silencio. El sol se asoma por una de las vidrieras y los colores se reflejan sobre la piedra.

La Virgen de los ojos grandes. Me recuerda la carta El mundo, del Tarot, porque la imagen está totalmente rodeada por un grupo de ángeles pequeños que, mas que proteger, parecen estar jugando. Oigo su algarabía y sonrío.

Museo provincial, merece la pena. Sobre todo disfruté el claustro: relojes de  piedra y en otro extremo sarcófagos del mismo material, de obispos y soldados con armadura, casco, espada.

En el centro un pozo que ya no tiene agua. Echar unas monedas por si, de otra forma, aún funciona.

En otra planta esculturas de madera. Por supuesto, pintura de distintas épocas y, lo que más, la cocina del antiguo convento, con piezas preciosas de cerámica utilitaria. Una silla antigua con un cartel: “Prohibido tocar”. Mas que tocarla me hubiera sentado  para disfrutar todo aquello un ratito más.

En medio de calles, plazas, murallas, cafeterías y una joyería para admirar piezas de azabache y plata, nuestras charlas de viejos y nuevos tiempos, de sonrisas y nostalgias.

El mercado dónde comprar queso de la zona. Comer en un sitio tranquilo...

El regreso, siempre una despedida: que pueda volver  con alguien de un país lejano al que le pueda gustar todo esto.

De nuevo la carretera, adiós a los pueblos, los bosques, las fincas grandes, los nogales ya con los frutos verdes.

 Los ojos muy azules del viejito que se sienta a mi lado y , cuando él se baja, se sienta una señora que tiene la cabeza poblada de terribles escenas y el detalle del conductor que espera, cuando se baja, hasta que está a salvo en la otra acera.
Saludos sin palabras a la buena gente que hay en todas partes.

Llegada con adelanto ¡mejor!

Volveré algún día porque se me ha quedado prendida una sonrisa en el corazón.


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